Siempre que hablamos de la pandemia aparecen saldos negativos en términos económicos y humanos.
Más allá del millón y medio de fallecidos en el mundo, según las cifras oficiales, y de la peor crisis económica de la historia moderna, también se está gestando, positivamente, una revolución tecnológica, cuyas consecuencias aún no imaginamos.
Hay, al menos, dos grandes vertientes de este cambio que en menos tiempo del que creemos nos van a afectar de manera directa y personal.
La primera vertiente es noticia en estos días. Se trata del desarrollo de las vacunas. Los esfuerzos realizados por multitud de laboratorios en el mundo que han dado lugar al desarrollo de vacunas de probada efectividad han incursionado en la frontera de la investigación biotecnológica. En particular, las vacunas basadas en el llamado ARN mensajero, desarrolladas por Pfizer-BioNTech y Moderna, abren amplias posibilidades para el desarrollo de vacunas contra otros padecimientos, incluidos algunos tipos de cáncer.
Probablemente, la investigación usual hubiera alcanzado los logros que hoy ya se registran… después de muchos años. La presión intensa y los recursos invertidos han conducido a que ese tiempo se haya abreviado de manera dramática.
Las ganancias en materia de salud que habremos conseguido serán enormes en los próximos años con repercusiones que hoy ni siquiera imaginamos.
La otra vertiente en la se va a presentar un salto tecnológico, tanto en materia de desarrollo como en las aplicaciones posibles, es todo lo que tiene que ver con la digitalización.
Tal vez hemos visto cómo hemos operado con el teletrabajo. El distanciamiento físico no ha impedido continuar con las operaciones de multitud de empresas y sectores.
Tampoco hemos tenido que hacer nuestras compras de manera presencial, el disparo del comercio electrónico ha sido espectacular.
Una encuesta realizada por el World Economic Forum indica que las tecnologías que ahora están considerando adoptar las empresas de manera regular son la computación en la nube; el empleo del ‘analytics’ con big data; el internet de las cosas para automatizar procesos y la inteligencia artificial, entre otros.
Todavía faltan muchos meses para que salgamos de esta crisis, pero en el momento en el que entremos a un nuevo ciclo de crecimiento económico, tendremos un incremento espectacular de la productividad del trabajo.
A la larga, ocurrirá lo mismo que ha pasado en otras etapas en las cuales se ha producido una aceleración de la revolución tecnológica: algunos sectores tendrán enormes ganancias mientras que otros se van a quedar rezagados.
Como ha ocurrido desde hace mucho tiempo, habrá costos sociales en el corto plazo en este proceso de adaptación, aunque a la larga, haya beneficios generalizados.
Es lamentable que en México estemos tan ajenos a esta discusión.
Aquí nos rasgamos las vestiduras por el tema del outsourcing mientras que en otros lugares el asunto es si habrá trabajo, independientemente de cuál sea la forma de contratación.
Tanto el gobierno como sindicatos y diversas instituciones siguen viendo hacia el pasado.
Añoran los tiempos en los que la industria era la fuente de empleo. Buscan la seguridad que daban los contratos colectivos que garantizaban un empleo prácticamente hasta el retiro, así como una seguridad social que nos seguía protegiendo hasta la tumba.
Esa certeza ya pasó. Nos guste o no, el mundo está cambiando y ahora lo hará con más rapidez.
Si los gobiernos desarrollan políticas para amortiguar los costos y maximizar los beneficios de esta transformación, realizarán bien su tarea.
Si intentan frenar estos procesos, será como ponerle barreras a la marea. Van a ser inútiles y crearán rezagos que van a requerir años o incluso décadas en remontarse. ¿Qué elegimos?