De manera sorpresiva, ayer se dio a conocer que el regreso a clases presenciales en la Ciudad de México sería el próximo lunes 7 de junio, un día después de las elecciones.
Fue sorpresivo porque apenas el pasado 26 de abril, la secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez (le pongo el nombre por si ya no se acordaba quién era), señaló que la fecha tentativa que se estaba explorando era el mes de agosto, pero que ello se condicionaba a un diagnóstico que se habría de realizar en julio. Donde manda capitán…
Fue sorpresa porque de acuerdo con los protocolos fijados por la Secretaría de Salud, el retorno a clases presenciales exige que el semáforo epidemiológico esté en verde. Y hoy está en amarillo en la Ciudad de México.
Pero claro, ya anunció, con sus dotes de clarividencia, la jefa de Gobierno que en junio estará convenientemente en verde.
Aunque formalmente, el fin del ciclo escolar esté fijado para el viernes 9 de julio, en realidad las actividades académicas están previstas para concluir entre el viernes 25 de junio y el 2 de julio.
Es decir, las clases presenciales, en la modalidad que sea, durarían entre 2 y 3 semanas, antes de que termine realmente el ciclo escolar.
Parecieran estar tomándose decisiones con relación a la pandemia que están privilegiando las apariencias. Vaya sorpresa.
Creo que no hay quien no quiera retornar a las clases presenciales o en formato híbrido o mixto. Pero una cosa son los deseos y otra cosa diferente las condiciones efectivas para que el retorno se presente en forma segura. Y no se están creando esas condiciones. Pero lo que importa es decir que ya vamos bien.
Entre otros deseos que no parecen tener fundamento está la afirmación del presidente de la República en el sentido de que para el mes de octubre estarán vacunados, al menos con la primera dosis, 80 millones de mexicanos.
Es cuestión de aritmética para ver que es altamente improbable.
En los primeros 18 días de mayo, de acuerdo con datos oficiales, se aplicaron 5.22 millones de dosis. El promedio diario fue de 340 mil vacunas.
En números redondos, hay 11 millones de personas vacunadas con el esquema completo y 5 millones con una dosis.
Vamos a suponer que, para finales de octubre, cuando se quiere llegar a 80 millones, estuvieran 75 millones con esquema completo y 5 millones con una dosis. Se requeriría entonces la aplicación de alrededor de 130 millones de dosis desde ahora hasta el final de octubre.
Para esa fecha faltan 165 días, lo que implica que tendrían que aplicarse en promedio 790 mil vacunas por día todo este lapso.
Eso es algo que no se ha hecho en México y que implicaría más que duplicar el ritmo más reciente.
Como en otras ocasiones, la fecha parece sacada de la manga.
El programa oficial de vacunación contra el covid termina en marzo de 2022. Apenas el pasado 3 de mayo, el doctor López-Gatell había ratificado la fecha del primer trimestre del próximo año para concluir la vacunación.
Alcanzar los 80 millones en ese momento no parecía inaccesible. Pero ahora desde Palacio llegó la instrucción de olvidarse de la realidad, una realidad terca, por cierto.
Considerando (como usualmente hacemos en esta columna) promedios de siete días, llegamos a un mínimo de nuevos contagios diarios el pasado 11 de mayo con 2 mil 204.
Al 18 de mayo, la cifra ya era de 2 mil 445, lo que implica un aumento de 11 por ciento.
Es cierto que seguimos en niveles muy bajos respecto a los picos que se alcanzaron en el mes de enero, pero la amenaza de incremento ya está aquí de nueva cuenta.
El riesgo para el país es que sea ignorada por la creencia oficial de que la vacunación avanza rápido, lo cual no es cierto, pues no tiene el esquema completo ni el 10 por ciento de la población.
O bien, pudiera señalarse que ya hay decenas de millones de personas que están inmunizadas naturalmente por haberse contagiado, aunque la cifra sea solo una estimación que no puede verificarse. No se puede diseñar una política de salud con base en ella.
Bueno… sí se puede, pero el riesgo es que sea desastrosa, como ya lo ha sido.