Uso deliberadamente, para encabezar este texto, el título del libro que publicó en 1974 el gran historiador y crítico Daniel Cosío Villegas.
El texto era una crítica aguda al entonces presidente Luis Echeverría Álvarez.
No caigo en los argumentos simplones de quienes ven en López Obrador el regreso de los regímenes al estilo Echeverría. Más bien, hay una tesis del libro de don Daniel, que hoy tiene pertinencia.
Uno de los planteamientos de Cosío Villegas es que en un sistema en el que la concentración del poder político en el presidente era tan grande, como la que teníamos en los tiempos de Echeverría, los atributos personales del personaje se permeaban al sistema político entero.
“…el temperamento, el carácter, las simpatías, las diferencias, la educación y las experiencias personales influirán de un modo claro en toda su vida pública, y, por lo tanto, en sus actos de gobierno”, escribía don Daniel.
Los tiempos del poder omnipotente del presidente de México quedaron atrás desde los tiempos de Zedillo, en particular desde 1997, cuando por primera vez el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados.
Y más tarde, también por el surgimiento de una sociedad civil robusta e independiente, que constituyó contrapesos al poder presidencial.
Hoy las cosas han cambiado. Tendremos un presidente que llega al gobierno con el mayor número absoluto de votos de la historia y con el porcentaje más elevado desde 1982. Tendremos un presidente que tiene el control de las dos cámaras federales y quizá de 17 a 19 congresos locales.
Va a ser inevitable que el estilo personal de gobernar de López Obrador imprima en la vida pública de México su sello, como no había ocurrido en el país en las últimas décadas, con todas las oportunidades y riesgos que ello implica.
Lo visto hasta hoy en el actuar y decir de López Obrador ha disipado temores y ha creado esperanzas.
Ayer, en su reunión con el Consejo Coordinador Empresarial, AMLO fue explícito: “aun cuando nuestro movimiento tiene mayoría y va a tener mayor representación en la Cámara de Diputados y Cámara de Senadores, no se va a actuar de manera prepotente, no se va a imponer nada”.
El estilo personal de AMLO implicará cosas tan singulares como volar en vuelos comerciales, no residir en Los Pinos y abrir el inmueble al público, bajarse el sueldo, quitarle poder al Estado Mayor Presidencial, entre diversas cosas.
Habrá a quien no guste ese estilo y habrá muchos que lo aplaudirán, quizá muchos más.
Pero mientras en lo sustantivo el estilo personal de gobernar establezca un régimen en el que prevalezcan las libertades y el diálogo, bienvenido.
Las democracias modernas han desarrollado sistemas de pesos y contrapesos. En México, los gobiernos divididos y las instituciones autónomas como la Suprema Corte, el Banxico o el INE (entre otros), fueron clave para que esos contrapesos funcionaran.
Hoy, con mayorías en el Poder Legislativo, y con nombramientos que pueden cambiar la composición fundamental de los órganos autónomos en los siguientes años, el poder presidencial crecerá más, mucho más.
En este contexto, ojalá AMLO mantenga la cordura que ha mostrado en estos últimos días, y al margen de ello, ojalá que nos hagamos cargo –como sociedad– de hacer efectivos los contrapesos.
Al hacerlo, le haremos un favor al ganador de la elección y, sobre todo, a México.