El día de hoy se cumplen dos años de que Andrés Manuel López Obrador llegó al gobierno.
Como ha ocurrido en todo este periodo, la opinión respecto a su mandato está polarizada.
Hay un segmento, por cierto mayoritario, de la población, según la encuesta que hoy publica El Financiero, que respalda su gobierno.
Y hay otro importante grupo de la sociedad que lo cuestiona y a veces de manera apasionada lo rechaza.
Durante la gestión de López Obrador se presentó un fenómeno inédito, que no había ocurrido en los últimos 90 años. La pandemia de COVID-19 cambió radicalmente el entorno.
Ningún gobierno, de cualquier signo, hubiera salido sin costos de una crisis como la que motivó la pandemia.
Sin embargo, casi en cualquier evaluación objetiva, como ayer mismo lo expresó el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), México tiene problemas severos con el manejo de la pandemia. El mensaje fue muy directo: necesitan tomárselo en serio.
Una de las consecuencias económicas del COVID-19 será una caída histórica del Producto Interno Bruto. Tendremos el mayor retroceso desde 1932.
El deterioro productivo y sus consecuencias en incremento de la pobreza serán probablemente los saldos más negativos en los primeros dos años de este gobierno.
Sin embargo, sería miope no contemplar los elementos positivos que han existido.
Pese a la crisis, el gobierno de López Obrador ha respetado la autonomía del Banco de México y con ello se ha mantenido una política monetaria que ha permitido mantener la estabilidad.
Si se compara esta crisis con la que ocurrió en 1994-95, nada tiene que ver.
En aquel entonces la crisis económica se convirtió en crisis financiera y propició que el sistema bancario fuera prácticamente liquidado, con consecuencias más profundas para el conjunto de la población.
Adicionalmente, la política fiscal desarrollada por el gobierno, que ha agravado la crisis productiva, también tuvo un lado positivo, al impedir que los problemas fiscales se convirtieran en un asunto inmanejable. Hoy México se encuentra en una posición fiscal que le podría dar una ventaja en la recuperación de la economía en 2021.
Además, tras la negociación del año pasado, se logró ratificar el acuerdo comercial de Norteamérica con el T-MEC, dando certidumbre a la relación comercial más importante que tiene México.
Hoy, sin embargo, los partidarios de López Obrador dirán que la única razón por la cual la actividad económica va a la baja es por la pandemia.
Los detractores señalarán que la razón principal por la cual la economía no crece deriva de la erosión de la confianza y de la falta de estímulos para propiciar una mayor inversión privada.
Nos encontramos, como en muchas ocasiones en los últimos años ante una disyuntiva en la cual los anteojos ideológicos propician visiones extremas.
A mi juicio, el problema principal no deriva de la condición actual de la economía, ahora que se cumplen dos años de gobierno, sino sobre todo de las perspectivas para los restantes cuatro años.
Si no cambian las reglas del juego para propiciar una mayor inversión privada, estaremos probablemente ante la perspectiva de un sexenio perdido en materia productiva, solo equiparable al de 1982-88.
Hoy no se ve la posibilidad de que haya un cambio en las señales emitidas por el gobierno federal.
Sin embargo, si el resultado electoral del 2021 cuestiona el desempeño de la actual administración, podría propiciar el regreso del pragmatismo de López Obrador, el cual ya lo ha practicado en diferentes ocasiones, sobre todo cuando gobernó el entonces DF, pero que en los últimos años ha abandonado y sustituido por una visión ideológica.
Si no se da ese cambio, quizás la perspectiva económica del país sea mucho peor de lo que la mayor parte de los escenarios indican.