El Financiero publicó esta semana su encuesta mensual de aprobación al presidente Andrés Manuel López Obrador. La variación de marzo a abril fue mínima, casi nula, de apenas un punto, con 57 y 56 por ciento de aprobación, respectivamente. Esto fue muy llamativo porque abril fue un mes políticamente muy intenso, con la consulta de revocación de mandato, primero, y la discusión y votación de la reforma eléctrica, después. Con una aprobación tan estable, pareciera como si no hubiera pasado nada.
Pero lo cierto es que, en el fondo, sí hubo movimientos muy interesantes en el apoyo al Presidente, que no se ven reflejados en la superficie del dato general. Podemos decir que hubo un efecto de polarización mediante el cual los oposicionistas, simpatizantes del PRI, del PAN y del PRD, endurecieron su postura de desaprobación al jefe del Ejecutivo.
De acuerdo con la encuesta de marzo, los oposicionistas manifestaron un nivel de aprobación al Presidente de 34 por ciento, y una desaprobación de 62 por ciento. En abril, la aprobación al mandatario entre los oposicionistas bajó a 22 por ciento y la desaprobación creció a 78 por ciento. Los simpatizantes de la oposición endurecieron su rechazo a López Obrador.
¿A qué podemos atribuir este ajuste de opiniones? Resulta difícil establecer una causa única, y lo más probable es que haya varias, pero creo que la narrativa morenista de los “traidores a la patria”, lanzada luego del rechazo legislativo a la propuesta de reforma eléctrica, definitivamente está entre los principales sospechosos.
De acuerdo con la encuesta de El Financiero, realizada del 22 al 24 de abril y publicada el miércoles 27, 60 por ciento de las personas entrevistadas se manifestó en desacuerdo con el uso de la etiqueta “traidores a la patria”. Entre los oposicionistas, el desacuerdo fue todavía más alto, de 75 por ciento. La etiqueta de “traidores” no gustó, y es probable que los simpatizantes de la oposición le hayan pasado la factura al propio presidente López Obrador, castigándole con una mayor desaprobación.
En contraste, los simpatizantes de Morena, que se mostraron divididos respecto al uso de esa etiqueta, se mantuvieron firmes en su apoyo al Presidente de un mes a otro: 93 por ciento dijo aprobar al mandatario en cada mes. Ya no hay mucho espacio para dónde moverse favorablemente entre los morenistas: su respaldo al jefe del Ejecutivo es casi absoluto.
Si la desaprobación subió entre oposicionistas y no se movió entre morenistas, entonces debe haber avanzado entre los apartidistas. La encuesta efectivamente así lo indica: en marzo, la aprobación presidencial entre apartidistas era 50 por ciento, mientras que en abril subió ligeramente a 56 por ciento.
Son apenas algunas yardas ganadas por el Presidente en torno a la línea de golpeo, pero muy valiosas, toda vez que se registraron entre el segmento más nutrido de la sociedad mexicana. Sin esta respuesta de los apartidistas es probable que hubiéramos visto en abril el nivel de aprobación más bajo en lo que va del sexenio, que hasta ahora lo marca 54 por ciento que se registró en febrero pasado en nuestra serie de encuestas.
Los datos desagregados de la encuesta sugieren que, aunque en la superficie del dato total de aprobación no hubo movimientos, en el fondo sí los hubo. Al parecer, la estrategia polarizante de Morena empujó a los oposicionistas hacia una postura más extrema de rechazo al Presidente. Fue un mes polarizante.
Vivimos tiempos en los que las posturas centristas o moderadas quedan ensombrecidas por el extremismo estridente. La polarización se está normalizando. En teoría, está bien que en democracia haya desacuerdos en proyectos y opiniones, mientras se esté de acuerdo con las reglas. Como diría Giuseppe Di Palma hace tres décadas: la democracia requiere que los actores la vean como “the only game in town”.
Lo que sigue en el debate legislativo es la discusión de la propuesta de reforma electoral, que se dará bajo un ambiente polarizado. Veremos lo que hacen los actores políticos, y también lo que al respecto nos digan las encuestas.