Santiago Creel, aspirante a la candidatura presidencial del Frente Amplio por México, acusó que ha sido víctima de discriminación a la inversa por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador, pues aseguró que lo ha criticado desde la mañanera por su color de ojos y su color de piel. Pero, ¿esto existe?
Aquí te lo explicamos.
La Organización Red de Derechos Humanos y Cultura (Dhnet) apunta que la discriminación inversa “supone un trato desigual, favorable para aquellas personas que sufren una situación de discriminación por razones económicas o de nacionalidad o de raza, o de sexo, o de insuficiencia física”.
Esta definición supone un aspecto beneficioso para los sectores vulnerables, incluso la organización le llama “discriminación positiva”, y ocurre cuando, por ejemplo, los gobiernos dan incentivos a las personas que sufren desnutrición y lo niegan a quienes no la padecen.
Sin embargo, no estaría relacionada con el tema de Santiago Creel y el presidente López Obrador, un funcionario público con sueldo de más de 100 mil pesos al mes y un mandatario que gana 121 mil 549 pesos.
Antonio Álvarez Cuvillo, de la Universidad de Cádiz, España, explicó en un trabajo de investigación que la discriminación inversa parte de una perspectiva individualista que significa “una forma de discriminación que operaría en sentido contrario al usual, perjudicando a las personas adscritas a los grupos privilegiados, a pesar de que estos generalmente se encuentran en una situación de ventaja relativa respecto a los grupos subordinados.”
En un panorama social, la discriminación inversa se puede ver como algo contradictorio, y más que nada es una “apropiación” del término por los grupos dominantes, y su uso terminaría, de acuerdo con el experto, por legitimar el orden de poder desigual, ya que “dejaría de cumplir su función emancipadora, además, se convertiría en un instrumento de dominación”.
“En efecto, si la discriminación se define como el tratamiento que reproduce el status de inferioridad de determinados grupos sociales, entonces resulta imposible –y de hecho, absurdo–, suponer que los miembros de los grupos dominantes puedan considerarse víctimas de ella”, abunda el estudio.