Paul Krugman hizo en diciembre un recuento de los tontos útiles que, de una forma u otra, contribuyeron a la derrota de Hillary Clinton.
Useful Idiot Galore ('Abundancia de idiotas útiles') es el artículo (http://nyti.ms/2hcbgqk) del New York Times donde Krugman carga en contra del director del Buró Federal de Investigaciones (FBI), por el sospechoso timing del recalentado de indagatorias contra la candidata demócrata.
También reprocha a los medios de comunicación 'serios' el haber hecho el juego a hackeadores rusos, que cuidadosamente estuvieron filtrando correos electrónicos para dañar a Hillary.
Aunque no lo hubiera mencionado Krugman, otro de los tontos útiles fue el gobierno de México. De la mano de Luis Videgaray, Enrique Peña Nieto le dio a Donald Trump una nada despreciable ayuda en un momento crítico, cuando su campaña no mostraba ímpetu alguno.
Por cortesía de Videgaray y de Peña Nieto, Trump pudo presentarse como un gran deal maker, como alguien que a pesar de haber insultado y amenazado a un país entero era capaz de hacerse recibir en esa nación, y encima con un trato digno de jefe de Estado.
Horas después de imponerse en aquel fatídico 31 de agosto, Trump reiteraría en Arizona que México va a pagar por un muro cuya sola formulación representa una ignominia para nuestro país.
Los artífices de esa humillación para México y de esa nada despreciable ayuda a la candidatura republicana fueron Peña Nieto y su hoy canciller Luis Videgaray. No lo olvidemos. He ahí, en esos pininos, las cartas credenciales como diplomático del exsecretario de Hacienda.
El nombramiento de Videgaray en la SRE supone una nueva decepción por parte de Peña Nieto.
El gobierno mexicano tiene razón al enunciar que se precisa de la unidad nacional para contrarrestar las andanadas del energúmeno que jurará como presidente de Estados Unidos el 20 de enero.
Si realmente pretendían lograr ese respaldo, dotar de sustancia el llamado a la cohesión, el gobierno debió entonces, y por principio de cuentas, reconocer el bajísimo nivel de su credibilidad en general y en el tema 'enfrentar a Trump' en particular.
Si ese ejercicio de análisis se hubiera hecho con honestidad, los asesores de EPN y el presidente mismo sabrían que por más conectes (Alejandro Hope dixit) que Videgaray supuestamente tenga con el entorno de Trump, el exsecretario de Hacienda no era una apuesta ganadora como secretario de Relaciones Exteriores.
Al optar por Videgaray el presidente canceló la posibilidad de adquirir, en la persona de un tercero, la legitimidad que tanto le hace falta.
Si hubiera elegido a un cuadro que suscitara respeto (por su experiencia diplomática, por su capacidad de diálogo con distintos sectores, por su apartidismo, etcétera), el presidente tendría algo de lo que ya no goza: beneficio de la duda.
La decisión de Peña Nieto es tan chata que se puede ilustrar con una comparación: es como si ante el estallido de la crisis política de 1994, Salinas hubiera optado por regresar aquel enero a Gobernación a Fernando Gutiérrez Barrios antes que nombrar a Jorge Carpizo.
Para enfrentar a Trump, México requería de alguien capaz de hacerse seguir en medio de una tormenta, difícilmente a uno de los causantes de la misma. De alguien que inspirara confianza a partir de que el hecho mismo de su designación mostrara que México es más grande que un partido, que un gobierno.
En vez de eso, el presidente convocó a un exfuncionario del que, en su momento, propios y extraños recelaron trato y cerrazón.
Encima es un cuestionable aprendiz de diplomático.
Peña le envía un aprendiz a Trump, vaya ironía.