Uno de los problemas económicos al que los estudiosos le han dedicado más tiempo es a la inflación; sus causas, comportamiento y vías para combatirla. Para controlarla se discute qué cosas funcionan más, o menos; pero lo que se sabe, de cierto, es que un gobierno que busque extinguirla por decreto, no sólo fracasará, sino que puede provocar otras pesadillas como especulación, escasez y mercados negros.
Los efectos de la pandemia en el plano sanitario parecen ir a la baja, no así sus consecuencias en la producción de bienes o en las cadenas de distribución. El exceso de demanda de algunos satisfactores de una población que estuvo encerrada y requería insumos a un ritmo superior o distinto al esperado, ha incidido también en el desbalance entre la oferta y demanda, uno de los factores de la espiral inflacionaria.
De remate llegó la invasión rusa a Ucrania. No hemos terminado de ver el impacto de esa calamidad humanitaria en los precios de energéticos o fertilizantes y de productos de primera necesidad como el trigo.
México ha resentido este año la inflación que se venía incubando. Por eso era tan importante que el gobierno de la República eligiera la mejor de las opciones para el Banco de México, cuya cabeza se renovaba en diciembre pasado.
En vez de prepararse con las mejores cartas –pudo, por ejemplo, haber dejado al anterior gobernador de ese organismo o haber ratificado al exsecretario de Hacienda, originalmente propuesto–, López Obrador hizo cambios de último minuto, y sin menospreciar lo que eventualmente haga Victoria Rodríguez en Banxico, lo cierto es que el Presidente decidió poner como gobernadora a una persona que tiene frente a sí una empinada curva de aprendizaje en medio del peor contexto de inflación en dos décadas.
Queda el consuelo, si de algo nos tenemos que agarrar, de que los primeros pasos de Victoria Rodríguez en las decisiones del banco central han sido bien vistos por los analistas. Ha votado por subir la tasa de interés, remedio ortodoxo cuyos resultados veríamos en el tiempo. Mas enfrentar a la inflación es una tarea que siempre rebasa a las autoridades del banco central. Es una labor que también le corresponde al gobierno.
Desde hace días se habla de que la Federación quiere que los incrementos en los precios de ciertos productos básicos se detengan. No sabemos si esta semana AMLO anunciará topes a precios, o algún singular pacto con empresarios para que una veintena de insumos tenga costos congelados. A saber qué conejo sacará el gobierno de la chistera luego de sus pláticas con cadenas de distribuidores y productores.
Pero lo que sí sabemos es que, en el terreno de los “hubiera”, el gobierno pudo haber llegado en mejores condiciones para enfrentar esta delicada situación.
Se me ocurren dos “hubiera”. El primero: si el gobierno se hubiera preocupado por tener gente capaz y honesta en Seguridad Alimentaria Mexicana, podría echar a andar hoy en Segalmex algún tipo de mecanismo de distribución a precio reducido de una canasta básica para los más pobres, que son los que más resienten la inflación. En cambio, en medio de graves señalamientos de irregularidades justo removieron el mes pasado al director de ese organismo.
El segundo “hubiera”: si la administración lopezobradorista no llevara años espantando a los inversionistas con su rijosidad y cambio unilateral de reglas, quizá tendríamos una economía más dinámica.
Son sólo dos ejemplos de cosas que podrían hacer hoy la diferencia. Pero es un poco tarde para eso. Puesto contra la pared por la inflación, veremos qué intenta AMLO.