Muy bonito todo. Bien padres las intervenciones de las senadoras Beatriz Paredes y Claudia Ruiz Massieu, lanzándose a la Presidencia de la República; interesantes incluso las participaciones de otros señoros que en el mismísimo PRI dicen que quieren ese mismo cargo. Salvo un pequeño detalle: una cosa es el proyecto, otra la mujer o el hombre y otra, nada menor, es el partido, y éste es presidido por quien no pasa la prueba del escándalo.
Empecemos por el principio. Antes el Revolucionario Institucional decía que cuando tocaba renovación sexenal había primero que hablar del proyecto, luego del perfil y, tras ello, en efecto, meter ambas cosas en un vehículo llamado PRI.
Acá todavía no hay proyecto, pero algunas personas, como Beatriz y Claudia, dijeron en el PRI este lunes y martes que se apuntan, que quieren y tienen con qué ser candidatas.
Ok, es un poco al revés pero se vale: entonces ya hay quien dice voy, ahora podría armarse el para qué: la plataforma, el ideario, el programa, llámenle como gusten. Pero –caray con los peros, pero siempre hay peros–, y en qué nave espacial se van a subir para tratar de llegar al espacio que dicen que les gustaría, para bien de los mexicanos, conquistar.
Porque el PRI de hoy no vuela. Como los elefantes, que no vuelan (aunque Dumbo diga lo contrario).
Y el enorme elefante en la sala se llama Alejandro, se apellida Moreno y es universalmente conocido –con famosos audios y toda la cosa– como Alito. Cobra de presidente del PRI, se niega a soltar ese puesto y hará que sea poco o nada creíble cada cosa que digan o hagan quienes bajo las siglas del PRI persigan la candidatura presidencial en 2024. Y eso hasta Enrique Peña Nieto lo sabía mejor que los priistas de hoy.
Por si alguien lo olvidó, y aunque me acusen de hablar bien del mexiquense, van dos ejemplos de ello.
¿Se acuerdan de Humberto Moreira? Sí, ése. Bueno, vive en el ostracismo político desde 2011. Está en ese limbo ajeno de la política no necesariamente por lo que se publicó que hizo –dejar una deuda descomunal en Coahuila, para empezar–, sino porque cuando EPN quería que los mexicanos creyeran que el PRI se había reformado, que había ido a terapia y que ya no tenía comportamientos indebidos, estalló un escándalo que apuntaba al coahuilense, por aquellos tiempos –también– presidente nacional del PRI. Como Alito.
Peña Nieto, que era amigo y le debía a Moreira buena parte de su despegue, le dijo (o creemos que le dijo): “Perdimos, compadre”: y el norteño fue expulsado del paraíso priista.
Segundo ejemplo: Enrique todavía andaba queriendo que las y los mexicanos creyeran que coincidía con la agenda de una nueva generación y ocurrió que el morelense Francisco Moreno, en marzo de 2012, en plena campaña, profirió dichos misóginos. Él se decía amigo de Peña Nieto; él se quedó sin la candidatura plurinominal que tenía prometida. ¿Por qué? Porque nadie le iba a creer a EPN su agenda de derechos con un compañero de viaje machista. Y no era, ni mucho menos, presidente del partido.
Muy bonito todo en el PRI estos dos días. Pasarela. Claudia y Beatriz, valiosas y valientes, sin duda. Pero, por desgracia, su palabra, qué injusto, es puesta en entredicho porque su partido no vuela por la traición de Alito, y por el tufo de que éste rompió la alianza para salvar su cuello. Y eso es crucial en campaña. EPN lo sabía mejor que los de hoy.