Si Claudia Sheinbaum gana la Presidencia, a partir del 3 de junio se dará un inédito proceso de ajustes y negociaciones. La eventual presidenta electa habrá de iniciar una transición que será mucho más que el conocido periodo entre el final de un gobierno y el inicio de otro.
No habrá tal cosa como maximato o intento del mismo. Lo anterior no supone que cuando la hoy candidata decida posiciones y políticas de su sexenio lo haga de espaldas al movimiento al que pertenece.
Por ende, no sería raro que estemos en la antesala de ver una especie de gobierno de transición, que arrancará formalmente luego de los comicios pero que, a decir verdad, opera ya en Palacio Nacional.
López Obrador se mete en la campaña de Morena, designa enviados a la misma y personalmente monitorea varias de las contiendas.
Para el jefe de jefes de la campaña presidencial 2024 siempre estuvo en el horizonte, de ahí que por años consecuentara a impresentables del PRI a quienes premió con embajadas y candidaturas.
La cooptación de cuadros para desfondar a la oposición y los cambios en el gasto presupuestal de 2024 han sido parte de la construcción del, citémoslos, segundo piso de eso que llaman transformación.
Pasado el 2 de junio, tocará a Sheinbaum proyectar los reacomodos necesarios por el fin del sexenio lopezobradorista y el arranque del suyo. Digo sexenio deliberadamente porque estaremos viendo el proceso menos rupturista entre un gobierno y otro en mucho tiempo.
No se trata necesariamente, como se ha publicado esta semana de un run run que lleva semanas en radio pasillo, de que algunos o demasiados del gabinete “ya se vieron” repitiendo puesto a partir de octubre. Es mucho más que gente aunque obvio empieza por ahí.
Se trata más bien de cuotas, compromisos, pagos de favores, equilibrios y, lo más importante, definición ideológica o nueva etapa de la lucha intramorena por ver quién va a definir el futuro programático del partido oficial, y de los gobiernos surgidos de ese movimiento.
De ganar, iniciará una compleja labor para quitar cargo o encargo a quienes se creerán con méritos para no ser removidos (o pedir algo igual o mejor), a quienes difícilmente querrán salir sin más.
Cambios por demás obligados para hacer patente el nuevo giro, más radical o más conservador, de la administración. Pero ¿serán muchos? No necesariamente de arranque.
En diciembre de 2018 todo en el gobierno era nuevo. La anterior burocracia dorada salió, y los que creyeron que podrían permanecer bien pronto fueron agarrados a mañanerazos.
Siendo la compañera Claudia la que, en este escenario, llegaría al poder, muchos de quienes ocupan hoy el condominio gubernamental morenista quedarán decepcionados si no se le cumple su deseo de repetir o de recibir.
Sin embargo, sí habría quienes –en Hacienda o posiciones similares– se queden un año o hasta año y medio más para, según este ejercicio futurista, hacer que el ajuste de 2025 ocurra de la mano de alguien que no se estrene en el timón hacendario.
Y en tanto la realidad no imponga una toma de decisiones insospechadas, lo más probable es que la noche del 30 de septiembre cambien algunos nombres, pero no mucho más. Cosa de recordar que la agenda sería, desde septiembre, el plan C de AMLO.
Por tanto, la transición no irá sólo de la elección a la toma de protesta, sino muchos meses más allá: con cuadros, encargos, reacomodos y pendientes del actual sexenio en el otro. Un gobierno de transición. O con al menos un periodo en ese modo transitorio.