El que iba a ser experto en el combate a la delincuencia ahora es gobernador electo. La funcionaria que en octubre de 2020 fue improvisada para sustituir al “experto” que tuvo un año para prepararse rumbo al cargo de secretario de Seguridad, ahora sólo actúa como titular de Protección Civil pues se dedica a gestionar la vacunación. Y el cuerpo policiaco que se creó para pacificar a México, y que no iba a ser militar, siempre fue castrense y el gobierno de plano ya anunció que lo será de jure no sólo de facto.
El anterior párrafo sólo resume tres de las cosas que evidencian que, a la mitad de su sexenio, Andrés Manuel López Obrador no tiene un modelo de seguridad, es más, no tiene ni una secretaría como tal ni la Guardia Nacional ha terminado de cuajar por más que le abren cuarteles por doquier.
Hay otras estampas que demuestran la ausencia de una estrategia de seguridad. Está la descomposición de zonas en Chiapas, Michoacán, Tamaulipas, Guanajuato, Jalisco, Estado de México, Guerrero, Morelos… Tenemos las cifras de homicidios que, con la pandemia en una meseta, han vuelto a marcar números récord como los 115 asesinatos en 24 horas, ocurridos el domingo de hace ocho días. Y tenemos cotidianamente casos individuales que estrujan: como el de la médica asesinada en un “retén” o los residentes de medicina ultimados en Zacatecas.
Y contamos también, a la hora de reunir elementos para la preocupación por la falta de diligencia gubernamental en tan delicada materia, al titular del Ejecutivo federal instalado en una conducta de negación frente a la gravedad del problema.
Todo lo anterior augura tiempos oscuros para la sociedad mexicana. Tiempos que ya hemos padecido demasiados años, crisis que la actual Presidencia prometió resolver.
En enero 4 de 2018, 11 meses antes de que eventualmente tomaran posesión, el entonces candidato López Obrador presentó a quienes serían sus encargados de la seguridad. Alfonso Durazo fue anunciado en esa ocasión como futuro titular de la secretaría que se volvería a crear, es decir, se reinstalaría ese ministerio luego de que en tiempos de Peña Nieto tales labores fueron integradas a Gobernación.
Durazo tuvo 11 meses completos para prepararse –es un decir– en la materia que desgarra familias de mexicanos desde al menos el final del sexenio de Fox, en el que paradójicamente él estuvo trabajando –es otro decir– en Los Pinos.
Menos de dos años después de asumir la titularidad de Seguridad, Durazo ya había renunciado para convertirse en candidato de Morena en Sonora, elección que le fue favorable el pasado 6 de junio. Dejó botada la chamba, en pocas palabras.
Tras la salida de Durazo, AMLO confirmó que no tiene fichas nuevas y que sigue sin dimensionar que la República no puede ser manejada como en su momento él administró el Distrito Federal. Nombró a Rosa Icela Rodríguez al frente de Seguridad, una funcionaria sin experiencia real en la materia a nivel nacional, una más de las designaciones que obedecen a la lealtad, y sumisión, antes que a la capacidad.
Los resultados de no tener una estrategia –que complemente los magros esfuerzos de dar apoyos a jóvenes para que no se enrolen en la delincuencia– son flagrantes: de nuevo las noticias son de masacres y asesinatos, no sólo “entre ellos” sino también muertes violentas de personas ajenas a la delincuencia.
Este coctel de disfuncionalidad se cierra con la negativa de esta administración a dialogar o apoyar a gobernadores en estados en crisis.
Ha sido el modelo de inseguridad de AMLO: sálvese quien pueda.