Se ha dicho que con la salida de Tatiana Clouthier del gabinete de López Obrador, el gobierno (es un decir) se queda sin moderados. Eso es falaz porque supone que hay dos alas y porque asume que los moderados pesaban o influían.
El error puede estribar en que al inicio de la administración había algunos perfiles un poco más técnicos o menos ideológicos. Tuvimos a dos secretarios de Hacienda de ese corte, pero muy pronto quedaron colocados en su justa dimensión en términos de influencia.
Ejemplifico con Hacienda por su importancia. Hechos: antes del inicio mismo del sexenio el Presidente electo logró que un cuadro, solvente y militante de la izquierda como Gerardo Esquivel, le aventara el arpa. ¿Qué se habrá opuesto a hacer el economista de El Colegio de México que de plano vio que mejor se iba a su casa antes que consecuentar como subsecretario de Egresos a AMLO? Luego fueron por él para ocupar una vicegubernatura en Banco de México, pero esa es otra historia.
En paralelo, Andrés Manuel armó una consulta alegal y canceló con el resultado de la misma el aeropuerto de Texcoco. Su gabinete de entonces –supongo que más lleno de eso que llaman moderados– no rechistó: cero renuncias por tan atrabiliaria, y costosa, decisión.
Tercero: cuando hubo que presentar el plan nacional de desarrollo en Hacienda se trabajó en un documento que acabó en el basurero. El Presidente mandó un texto, más panfletario que contenedor de metas y manera de alcanzarlas. Sobra decir que ese documento no fue rechazado por nadie del equipo. Salvo quizá por Carlos Urzúa, que presentó su renuncia, y un par de años después le tocó bajarse a Arturo Herrera.
Hablar de moderados y duros supondría pensar en un equipo donde se delibere, donde se discutan y expongan puntos de vista diversos y que tras la ponderación de pros y contras el líder diga, por acá, por allá, o una mezcla de esto con aquello o vayan y traigan nuevas ideas o busquen asesores o déjenme pensar, etcétera, etcétera.
No: puertas adentro el tabasqueño opera igualito que en las mañaneras: liturgia donde él habla y su gabinete escucha. O como las de seguridad, donde llueven datos y él básicamente escucha.
El modelo gerencial de López Obrador ha cambiado con los años. Como jefe de Gobierno se metía mucho en los detalles. Como Presidente no es que haya abandonado la tendencia de micrománager, pero los testimonios señalan que no le da tiempo, ni necesariamente quiere saber de todas las materias. Y que, por supuesto, él determina unilateralmente cosas y háganse bolas.
Sí hay duros en el equipo –no digo radicales porque sería hacerles un homenaje, señalarlos como fieles a una esencia–. Se trata de personas sobreideologizadas y enteramente acríticas del líder. Haga lo que haga, incluso militarizar el país, y no sólo en la seguridad, aplauden y hasta justifican.
Esa es la competencia en la que hay codazos. ¿Moderados? Si toleras que destruyan el Conacyt y el CIDE, si asumes calladamente los estropicios de la falta de medicamentos, si convives a gusto con que al extitular de Segalmex no lo echen a la calle y, en vez de eso, le echen un hueso en Gobernación, si validas que no se condenen los abusos en Nicaragua y Cuba, no eres moderado, para eso hay otros términos y cada quien que elija el adecuado.
Porque más atronador que todo lo que está saliendo con GuacamayaLeaks es el silencio de gente que uno creía que tenía madera de demócrata, de izquierdista, de patriota. No resultaron eso, pero tampoco les perdonen su tibieza llamándoles moderados.