Los eventos que cotidianamente y desde hace meses llevan a cabo el oficialismo y parte de la oposición –Movimiento Ciudadano sigue su propia ruta a la espera de un milagro genial– son propios de una campaña; sin embargo, su teatralidad carece de contenido, una escenificación sin debate.
Las campañas no son nunca el choque o, si se quiere menos dramático, el contraste entre dos o más opciones políticas. Para ser genuinamente campaña, los partidos y sus representantes han de ponerse a merced de los ciudadanos y de la prensa. Más que exponer, han de exponerse.
Hoy vemos actos y giras, mítines y discursos, de probeta; eventos cerrados al diálogo y no se diga al cuestionamiento. Matracas y confeti que sirven para Instagram y Facebook, narrativa que desborda redes sociales y prensa sin mayor contenido y menos propuesta.
Las coaliciones que echaron a andar este maratón de giras argumentarán que es el Instituto Nacional Electoral el que no permite que en los mítines haya formulación de ideas programáticas, de una oferta de cosas que han de tenerse en cuenta para ponderar si vale la pena votar por esta o aquella.
La duda es si no seguirán en la misma dinámica una vez iniciadas formal y legalmente las campañas, si no es este ensayo un adelanto del futuro, donde se prescinda, lo más posible, de los externos, donde convoque a la ciudadanía apenas concediéndole un rol de espectadora.
Si no veremos, en una palabra, sosos mítines ad nauseam donde sólo participan clientelas que sirven para la fotografía, sabedores que de ellos se esperan selfies, que habrá poco qué reflexionar de cuanto ahí se dirá porque la campaña será sólo un sí o un no, sin matices, a la continuidad.
Campañas que transcurren en carriles paralelos donde más que la oportunidad de comparar entre lo que una u otra candidata plantea, tenga éxito la pretensión de arraigar profundamente la idea de la inevitabilidad. El ruido de la contienda sería enorme pero carente de sustancia a desmenuzar.
Hoy casi todos los días son así. Sobre todo por parte de la virtual candidata Claudia Sheinbaum. Su ventaja en cualquier encuesta hace previsible, como lo marca el librito, que la prioridad sea la disciplina para evitar riesgos a la hoy cantada victoria.
Y evitar, por supuesto, la indeseada eventualidad de ofertar algo que rasgue el manto de excelsitud del actual proyecto gubernamental. Por ello los eventos de mañana de Sheinbaum podrían ser igualitos a los de hoy: el cuarto de guerra trabaja en escenarios para el gobierno, la mejor campaña es que no haya campaña.
En el caso de Xóchitl Gálvez, a los problemas de la disfuncionalidad del triunvirato partidista que la promueve, más la igualmente disfuncional sociedad civil, ha de provocar muy pronto un principio de incertidumbre, ha de levantar expectativa al punto de obligar a Sheinbaum a tomarla en cuenta.
Hoy la brecha que separa a las dos campañas es enorme, ambas enfrascadas en explotar el interregno que se inventaron violentando la ley, pero que en última instancia favorece a la candidata del movimiento incumbent.
Si Gálvez, y eventualmente Movimiento Ciudadano, no inventan algo disruptor, estas campañas vacías de contenido habrán llegado para quedarse, y en junio nos conducirán a un domingo de ratificación del statu quo sin haber tenido lo que vale la pena de estos procesos: la posibilidad de que los políticos se enfrasquen en un debate en el que los ciudadanos son actores, no consumidores de redes sociales que sólo ven pasar imágenes y momentos diseñados para individuos pasivos, para votantes cautivos.