Andrés Manuel López Obrador dice que en estos tiempos de inflaciones no vistas en décadas él sólo tiene una prioridad: que la gente más pobre de México compre alimentos al menor costo posible.
Sin embargo, ese compromiso presidencial es amenazado por alfiles de AMLO que, en buen castellano, ven la tempestad y no revisan iniciativas que, llevadas a cabo a tontas y locas, provocarán escasez de alimentos y aumentos en los precios de los mismos. Como la que sobre plaguicidas está en el Senado.
Un desplegado publicado el lunes por docenas de organizaciones del campo alertó que una iniciativa que reformaría la Ley de Salud en materia de plaguicidas y bioinsumos “amenaza con poner en riesgo la seguridad alimentaria del país y nuestra capacidad de exportar alimentos, al promover la prohibición de agroquímicos que se consideren altamente peligrosos, sin aportar una definición clara de cuáles serían éstos con sustento científico o con base en los criterios de organismos internacionales, como la FAO”.
Agregaron que en un parlamento abierto llevado a cabo el 26 de octubre se explicó que al no existir alternativas viables para controlar plagas y enfermedades propias de la producción agroalimentaria, el descontrol de las mismas impactaría en el costo de la canasta básica (subrayado mío).
Lo anterior suena lógico para cualquiera. Y suena a una reedición de la controvertida y riesgosa idea de cancelar inspecciones de Senasica y Cofepris a las importaciones de alimentos “para bajar los precios”.
Entonces, ¿qué es lo que lleva al Presidente a comprometerse a reducir el costo de la canasta básica y, al mismo tiempo, respaldar o permitir iniciativas de Morena que no sólo trastocarían más pronto que tarde la posibilidad de alcanzar esa meta sino que podrían tener efectos aún más perniciosos que la mera inflación?
Desde el inicio del sexenio el Presidente alienta y tolera a un grupo de colaboradores que desde el Ejecutivo y el Legislativo promueven medidas que pretenden un mundo que hoy no existe, al cual pocos se negarían a aspirar, pero que no es posible alcanzar sin un ruta racional; camino que tomaría mucho tiempo, demandaría cambios drásticos en la manera que producimos lo que consumimos y –por cierto– costaría bastante dinero.
¿A quién no le gustaría que lo que ingerimos estuviera libre de plaguicidas industriales?
Seguro que si AMLO manda hacer una encuesta al respecto gana abrumadoramente esta idea de comida felizmente “orgánica”.
Es una causa noble que tiene que ser promovida con responsabilidad. De lo contrario es un acto de demagogia no exento de riesgos nada folclóricos.
López Obrador es un presidente que ama lo bucólico de las estampas campestres, pero que no se mete a la complejidad del tema agropecuario. Pero lo más grave es que no impide que otras personas de su movimiento interfieran en la labor que toca a su secretario de Agricultura (el de Salud no existe, es un aviador, quizá el más grande de todos en el gabinete: un aviador que ni Obama tuvo).
La iniciativa que podría votarse el 14 próximo en el Senado evidencia las contradicciones de una presidencia disfuncional por cuestiones ideológicas y operativas. Y por simulación: autoriza la importación sin vigilancia de productos que seguro tendrán origen en insumos que usaron plaguicidas que aquí sus seguidores quieren cancelar de tajo, al tiempo que socava a agencias inspectoras –que según expertos retrasan por meses las autorizaciones de otras alternativas menos dañinas–.
AMLO trata de quedar bien con los pobres y con sus fuerzas ultras. Son opciones incompatibles, y por tanto nada raras en su mundo raro.