Estratagema o no, el rocambolesco cuestionamiento de Xóchitl Gálvez y compañía del resultado electoral, acusando inconsistencias en el conteo de votos o, incluso, denunciando una elección de Estado, deja de lado el otro engaño. El fraude cometido justo por esa argamasa de anhelos, intereses, odios y pasiones que impulsó esa candidatura, generó una ilusión y, por lógica consecuencia, engendró una frustración difícil de procesar en quienes entusiasmó.
Con o sin razón –parece más lo segundo–, asiste el derecho a la candidata y la coalición opositora de denunciar irregularidades y reclamar su eventual sanción. Empero, eso no las exime de rendir cuentas de su propia actuación. La denuncia de un supuesto fraude no puede esconder otro fraude, ese sí, manifiesto.
Tan dadas a exigir cuentas, también les toca rendirlas a Gálvez y compañía.
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Antes, durante y después de la campaña había indicios del pobre destino de la aventura en que se embarcaron la candidata, los grupos cívico-ciudadanos, los partidos opositores, así como algunos intelectuales, periodistas y académicos que, sin duda, ya pueden derivar una primera lección: cocer arroz tiene por precondición contar con el grano.
Hoy, sin el pretexto del fraude –tras cantar la victoria sin sustento y, luego, reconocer la derrota–, Marko Cortés y Alejandro Moreno, los dirigentes de Acción Nacional y del Revolucionario Institucional, se estarían tronando los dedos. Antes de arrellanarse en el escaño del Senado, el paracaídas de oro que se pusieron –ellos aun perdiendo, ganaban–, tendrían que explicar a cuadros y militantes el pésimo desempeño electoral del partido bajo su mando y preparar la asamblea para renovar la dirigencia. Podrían renunciar claro, pero en ellos eso es impensable.
A uno y otro dirigente les vino bien la denuncia del pretendido fraude. Del otro, no del de ellos. Ganan tiempo. Cortés para ver si puede sostener el pacto o la transa con Jorge Romero para heredarle la dirección y compartir entre dos camarillas el control del albiazul y continuar la política de hacer del pan un mendrugo codiciado. ¿Cuándo se realizará el cónclave para renovar la dirección? Moreno, a su vez, le da largas a su propio relevo. Al respecto, el Consejo Nacional tricolor celebrado ayer –al entregar esta columna– es elocuente. Según el orden del día, abordó asuntos de trámite, planteó convocar a la asamblea del tricolor, pero ni por asomo trató el supuesto fraude del cual, según su decir, son inocentes víctimas. ¿Cómo es posible eso?
Tal parece que a Cortés y Moreno les interesa no defender la democracia, sino salvar el pellejo. ¿Nada tienen qué decir de la debacle de su respectivo partido?
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Asimismo, además de denunciar el presunto fraude, no sobraría que los dirigentes de la marea rosa ofrecieran una explicación a los grupos y sectores de la sociedad civil que ilusionaron para después frustrarlos.
Esos ciudadanos profesionales que, según la circunstancia, dan o esconden la cara, elevan o bajan la voz, asumen o resbalan las consecuencias de sus actos, pueden seguir parapetándose en acusar hasta de exitosa a la alianza en el poder, con tal de no afrontar su responsabilidad. Critican lo que practican: la ocurrencia. A un populismo de izquierda opusieron uno de derecha con disfraz; a un liderazgo de peso, un carisma ligero; al temor de una regresión al pasado remoto, una regresión al pasado reciente; a una propuesta de continuidad, un muro de contención. En vez de armar un nuevo partido echaron mano de partidos desahuciados. Y ni qué decir de eso de salir un día a defender al instituto electoral y, luego, poner en duda su institucionalidad.
Pueden denunciar el fraude electoral, pero no ocultar el que ellos cometieron a la ciudadanía que dicen representar.
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Xóchitl Gálvez, a su vez, en algún momento tendrá que rendir cuentas de su actuación como candidata.
El hecho de reconocer con grandeza la derrota y, pocas horas después, desconocerla con pequeñez, la resume. Quizá, por el aprecio personal que de ella se tiene, puede justificarse el giro dado, suponer que el bamboleo fue para acompañar en el duelo a quienes la apoyaron y, en tal virtud, impugnar el resultado. Quizá. Sin embargo, ese ir y venir la define. Se dice ciudadana, pero apoyó su candidatura en partidos impresentables. Supo, aun antes del inicio de la campaña, cómo las encuestas reportaban una enorme desventaja ante su contrincante, pero ella sostuvo que el voto oculto lo tenía escriturado y no tuvo la osadía de operar ajustes de fondo a su estrategia. No acabó de balancear el discurso de la denuncia, el ataque y la propuesta, como tampoco de articular su relación con los partidos ni de fijar con claridad su interlocución con Claudia Sheinbaum o Andrés Manuel López Obrador. Iba por la candidatura al gobierno de la Ciudad de México, pero optó por ir en pos de la Presidencia de la República. Oyó el canto de las sirenas, aquí ya se ha dicho, pero no escuchó la sirena de alerta de la aventura en que se embarcaba.
Puede denunciar el fraude, proponer leyes para contener la intervención presidencial, pero debe también una explicación.
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Sí, se vale, denunciar un presunto fraude, pero no ocultar otro claro y manifiesto.
Menos se puede asumir esa actitud cuando se llama a dejar atrás el encono y buscar la reconciliación y se tiene clara conciencia de los enormes desafíos en puerta. Perder el tiempo para salvar la cara no es un remedio. Es hora de reflexionar, rendir cuentas y reubicarse en la escena. No de acusar un fraude, para esconder otro.
De las mentes brillosas que fustigan e insultan a quienes no votaron como ellos querían ni qué decir. No entendieron lo que pasó hace seis años ni lo que ahora sucede. No entienden.