Algo está pasando con el presidente Andrés Manuel López Obrador, que no se sabe qué es, pero que en algunos funcionarios federales está comenzando a generar preocupación. Lo notan alejado y distraído de los temas fundamentales, no sólo en las mañaneras, donde lanza distractores todo el tiempo para evitar hablar de lo importante, sino en las reuniones internas y en los planteamientos que formula a su equipo.
Las reuniones de gabinete por las mañanas en Palacio Nacional han servido como un termómetro interno de por dónde anda la cabeza del Presidente, y en dónde están sus prioridades. Y la verdad, según se desprende de comentarios de sus colaboradores, no se entiende su lógica ni cómo funciona su mente.
Por ejemplo, en medio de la crisis de violencia, las inundaciones en Tabasco, el rebrote de la pandemia del coronavirus y el debate doméstico e internacional por el apoyo implícito al presidente Donald Trump de que hubo fraude en las elecciones en Estados Unidos, López Obrador sorprendió en las reuniones de gabinete con un tema completamente fuera de agenda: el conflicto por tierras entre las comunidades de los municipios chiapanecos de Chenalhó y Aldama. Lleva semanas el Presidente enfocando su prioridad en ese conflicto, que ciertamente es histórico, y que se agudizó hace cuatro años –dos antes de que llegara a poder.
Hace casi dos meses le dedicó tiempo en la mañanera, con un exhorto a todas las partes a que se construya un acuerdo de paz y reconciliación, pero no ha dejado de abordarlo en la reunión del gabinete como el tema número uno entre sus preocupaciones. No es un tema menor, al haber provocado el desplazamiento de casi 200 personas y la muerte de al menos 24 en todo el periodo del agudizamiento del conflicto por 60 hectáreas de tierra, pero en el contexto de las múltiples crisis que enfrenta su gobierno, es un problema de orden estatal, no federal.
Causa extrañeza la inclinación hacia un tema focalizado y bien diagnosticado por encima de otros de orden e impacto nacional, y su desdén por estos últimos. En este sentido, no dejó de sorprender que entre sus prioridades en Tabasco figurara pasar en familia, en su rancho, su cumpleaños, y no sumergirse completamente en la tragedia de sus paisanos. La revisión de los trabajos que se estaban haciendo tras el desastre que hizo su gobierno en la presa “Peñitas”, en cambio, lo trató el Presidente a distancia.
Este fin de semana se pudo apreciar en las imágenes de su recorrido, cómo lo hizo lejos de la gente, blindado por militares y su equipo de seguridad, lejos de las protestas y los insultos de los tabasqueños porque se sienten traicionados.
En el recorrido que hizo en un helicóptero de la Marina, grabó un mensaje que se inscribe en el contexto de lo incierto e inesperado que están resultando para algunos en el gobierno sus acciones y declaraciones, al reconocer que su gobierno inundó deliberadamente las comunidades chontales, las más pobres de Tabasco, para no inundar Villahermosa, contradiciéndose a lo dicho el 8 de noviembre, cuando ante una pregunta de la prensa sobre esa disposición, dijo que eran “rumores” y “desinformación”, y a su afirmación de la semana pasada cuando explicó la tragedia como un error de cálculo porque llovió más de lo esperado. Si ahora resulta que fue deliberado, podrían incluso formularse acusaciones de homicidio culposo contra quien resultara responsable dentro del gobierno federal.
La discordancia que muestra el Presidente de manera frecuente, ayuda a entender algunas declaraciones extraordinarias en el pasado, como que la imprenta se había descubierto en México hace 10 mil años, cuando su inventor fue Johann Gutenberg hace 580 años, o que también, para entonces, había cultura en México –de hecho la más vieja, la Olmeca tiene sólo tres mil 200 años de antigüedad– y universidades –la primera, la Real y Pontificia, se fundó en 1553.
La semana pasada confundió a Leo Zuckerman, columnista de Excélsior y compañero en Foro TV y Televisa, con John Ackerman, el propagandista más visible del régimen, y esposo de la secretaria de la Función Pública.
Las desviaciones que ha mostrado el Presidente con mayor frecuencia en estas últimas semanas, van más allá de sus filias y fobias. Empiezan a conformar un patrón de conducta que, como no mantiene la boca cerrada, le salen a borbotones las contradicciones. La más grave, por lo que significa hacia el interior del Estado Mexicano, fue sobre la captura del general Salvador Cienfuegos, exsecretario de la Defensa. Primero justificó que no le hubiera informado el gobierno de Estados Unidos porque estaban en su derecho de no hacerlo, y después mandó al canciller Marcelo Ebrard, por presiones del Ejército, a expresar su “profundo descontento” por no compartir información sobre las acciones judiciales en contra del militar.
La extraña mecánica de la mente del Presidente lleva a pensar si esta es la razón por la que incumple compromisos adquiridos formalmente, como se queja el Consejo Coordinador Empresarial faltó al acuerdo de ir a parlamento abierto para revisar el tema del outsourcing, o de la forma como viola los acuerdos comerciales con Estados Unidos y Canadá en el sector energético. O también si por eso engaña, como sucedió con su enlace con el sector privado, Alfonso Romo, cuando le dijo que la consulta sobre el aeropuerto de Texcoco saldría a favor de su construcción, y resultó que después de comentarlo con inversionistas, fue lo contrario.
La pérdida de contacto que tiene con la realidad, en función de su selección de prioridades, se hace cada vez más patente entre varios de sus colaboradores, lo que tiene necesariamente consecuencias en la vida pública. López Obrador es Presidente de México y lo que haga o deje de hacer, afecta a sus 130 millones de gobernados.