Hay expertos en asuntos religiosos que consideran que el voto católico en México no define una elección, por la dispersión de sus afinidades políticas y actitudes superficiales o coyunturales, además de que la predominante Iglesia católica –ocho de cada 10 mexicanos, según el INEGI, son católicos– no opera de manera corporativa induciendo el voto. Hay experiencias en México, sin embargo, que en momentos determinados, por razones claras y de fondo, apuntan en otro sentido.
La de mayor rispidez y enfrentamiento que se ha tenido en la interminable transición democrática mexicana sucedió en Chihuahua en 1985, cuando el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, ejecutó lo que llamó “fraude patriótico” para arrebatar la gubernatura ganada en las urnas al panista Francisco Barrio, que provocó una rebelión en la Iglesia católica que produjo homilías denunciándolo y un conflicto diplomático con El Vaticano, que tuvo que intervenir para aplacar la insurgencia religiosa y que las iglesias no fueran cerradas indefinidamente, como se había hecho para apagar el foco de conflicto e imponer al priista Fernando Baeza como gobernador.
Chihuahua fue la primera vez donde claramente los católicos se volcaron por el PAN, aunque en elecciones posteriores fueron alternando sus votaciones con el PRI. Las posturas liberales y a favor de la despenalización del aborto no generaron gran entusiasmo por el PRD, pese a sus políticas sociales, aunque la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la dirigencia del partido fue cambiando las cosas. Como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, López Obrador trabajó a favor del cardenal Norberto Rivera para sepultar en el Congreso local una ley para despenalizar el aborto, que había sido iniciativa de ese partido y que sólo pudo ser aprobada hasta que Marcelo Ebrard entró al relevo.
López Obrador ha sido el primer Presidente que antepone en ocasiones sus creencias a políticas públicas, que invoca constantemente a Dios, y con un discurso profundamente religioso ve el mundo en el choque entre buenos y malos, fieles e infieles, o lleva su narrativa a la lucha de clases entre ricos y pobres, los privilegiados y los marginados. Su comportamiento no es evangelizador, como a veces quisiera proyectarse, ni de pastor. Se asemeja más a los ayatolas iraníes, donde la teología fundamentalista guía la política.
Su actitud llevó a que al surgir Morena, en 2015, hubiera un mensaje político ambivalente y vago en temas como el aborto y los derechos de homosexuales, observó Alejandro Díaz Domínguez, politólogo y profesor del Tecnológico de Monterrey, en un análisis publicado por el CIDE en 2020. Esa estrategia, deliberada o inconscientemente, agregó, parece haber tenido éxito atrayendo a numerosos votantes religiosos a favor de López Obrador en las elecciones presidenciales de 2018. Tomando como base una encuesta poselectoral de la Confederación de Escuelas Particulares, Díaz Domínguez encontró que el apoyo de los católicos que asistieron ese año a misa subió en 52 puntos.
El análisis no se mete –porque no era el tema que exploraba– al porqué se dio ese apoyo tan significativo entre quienes iban a misa regularmente, aunque podría argumentarse que tenía relación con el tipo de homilías o mensajes que estaban escuchando y que se alineaban con “las continuas referencias religiosas de López Obrador”, como apuntó Díaz Domínguez, que “enfatizan su interpretación del amor cristiano, que equipara a la justicia”. El discurso del Presidente no ha cambiado, pero se ha agotado y entrado en tensiones y contradicciones.
Varios jerarcas de la Iglesia católica han dicho en tono de queja cómo López Obrador no quiso reunirse con ellos, hasta recientemente, y cómo privilegiaba el apoyo a un sector de evangélicos por sobre los católicos. Otro mensaje que vieron negativo fue cuando nombró a su cercano César Yáñez al frente de la relación con las Iglesias en la Secretaría de Gobernación, que en su primer encuentro con ellas reunió a todas a la vez y ante la extrañeza de los católicos por ello, les dijo que por qué tendría que reunirse con ellos aparte “si son nuestros enemigos”.
López Obrador así los ha tratado. Su conflicto con los jesuitas por la violencia en Chihuahua y el caso Ayotzinapa es la mejor prueba de ello, donde la falta de resultados, e incluso de interés, tuvieron consecuencias. Desde el primer tercio de su sexenio, una comisión de obispos viaja regularmente a El Vaticano a informar sobre el estado de la inseguridad en México, que ha sido la motivación de algunos mensajes del papa Francisco. La entrega de las comunidades más vulnerables al crimen organizado por el abandono de una política de seguridad ha modificado el apoyo que en algún momento tuvo López Obrador de los padres y jerarcas católicos.
Sus inclinaciones fuertemente populistas provocaron que desde hace varios meses se formara un grupo de trabajo en una de las principales diócesis del país, desde donde sale semanalmente un documento a los 92 mil padres con las líneas generales que incluyan en sus homilías, pero no como una instrucción local, sino como una política marcada desde El Vaticano. Los intentos de López Obrador por invitar a Francisco a México se han topado con un muro.
En las últimas semanas la Iglesia católica se volvió más vocal, y se expresó en las lecturas en misa enfocadas al proceso electoral en curso, que escaló este fin de semana con un comunicado donde la Conferencia del Episcopado Mexicano señaló su deseo de que las elecciones tengan una nutrida participación ciudadana para evitar “cualquier retroceso democrático”.
En un contexto donde la política de López Obrador ha llevado a la pérdida de la salud democrática nacional por sus tendencias autoritarias, las palabras de la jerarquía eclesiástica pueden interpretarse como un posicionamiento contra los objetivos políticos del Presidente. Por ese mismo entorno, la frase donde afirma que “la democracia electoral mezclada con la delincuencia es un binomio totalmente inaceptable”, también permite ver que la Iglesia católica no está en paz con López Obrador, ni con su legado prometido. Ahora, que este rechazo se traduzca en votos, está por verse.