Andrés Manuel López Obrador no quería, a dos semanas de la elección presidencial, que el Zócalo de la Ciudad de México se pintara de rosa en una expresión unánime de repudio a su presidencia y de apoyo a Xóchitl Gálvez. Utilizó al grupo de choque y extorsión que es la coordinadora magisterial y el gobierno capitalino quiso inhibir la asistencia con una contingencia ambiental y cerrando la plancha del Zócalo hasta las ocho y media de la mañana, como si esa plaza no fuera pública. No lo logró.
Decenas de miles de personas, mayoritariamente ciudadanos de carne y hueso, colmaron la Plaza de la Constitución para decirle que, a diferencia de él, no le tienen miedo. Los mercenarios de la disidencia magisterial pusieron obstáculos y pretendieron echar a perder el mitin, que estuvo acompañado por manifestaciones similares en más de 60 ciudades, y trataron incluso de bloquear el acceso al Zócalo, que tras escaramuzas y empellones optaron por mejor recular.
Las acciones emprendidas con el aval de la Presidencia y la complicidad del gobierno de la Ciudad de México muestran la estatura real de López Obrador como jefe de Estado, inmerecedor de ser llamado así porque nunca quiso representar a todos los mexicanos, ni gobernar para todos.
Ayer domingo va a quedar como uno de los momentos negros de su presidencia, cuando la historia revise su gestión a partir de sus resultados y de sus acciones, y encuentre que hizo todo lo posible, hasta el límite para no dar un manotazo autoritario, por impedir la congregación en el Zócalo y evitar que fuera en ese lugar, que por años consideró como suyo, donde lo increparan. Las preguntas que quedan de ayer son del porqué el miedo a Gálvez y por qué el miedo a la oposición. ¿Por qué todas esas acciones punitivas y saboteadoras si, como dice su candidata, Claudia Sheinbaum, la elección es un mero trámite?
El lenguaje político sugiere que no serán de trámite. Sin embargo, Gálvez, los partidos de la coalición y todos los grupos de la sociedad civil o ciudadanos de manera autónoma deben recordar que un Zócalo lleno no gana elecciones. Cuauhtémoc Cárdenas llenó Zócalos en 2000, 2006 y 2012, y nunca se acercó a la Presidencia. En 1988 no lo hizo pero arrasó a Carlos Salinas en la zona metropolitana de la Ciudad de México y Michoacán, en una elección controvertida y bajo litigio político y ético hasta hoy en día, en buena parte porque uno de los hombres más cercanos de López Obrador en la actualidad, Manuel Bartlett, a la sazón secretario de Gobernación, carga sobre su espalda “la caída del sistema” como eufemismo de fraude electoral.
Esta es apenas una de las paradojas y el regreso del pasado al presente.
Nadie como López Obrador conoce el valor del Zócalo como instrumento para mostrar músculo y sacar dinero extorsionando al gobierno.
La llamada Marea Rosa de ayer mostró que la energía que la motivó a la defensa del Instituto Nacional Electoral en las calles, en febrero del año pasado, se ha mantenido, por lo que no deja de ser irónico que la consejera presidenta del INE, Guadalupe Taddei, que recibe instrucciones del vocero del Presidente, Jesús Ramírez Cuevas, dijera la víspera que los organizadores del evento y los ciudadanos no podían utilizar el color rosa. El patético llamado generó anticuerpos en el INE, donde varios consejeros dijeron que no era una posición institucional sino personal.
Las organizaciones civiles, los ciudadanos y los partidos, a diferencia de lo que solía hacer López Obrador, no realizaron el mitin para chantajearlo. López Obrador hizo ese juego durante el gobierno de Salinas, cuando realizaba plantones en el Zócalo en coincidencia con festividades oficiales donde la Plaza de la Constitución se utilizaba para desfiles, que levantaba luego de que el entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho –su brazo derecho era Marcelo Ebrard–, le retacaba las bolsas del pantalón con millones de pesos.
Esa dialéctica de la política mexicana que tan bien conoce y de la que lucró tanto como para construir un movimiento que lo llevó a la Presidencia, no podía operar ayer. Por eso recurrió a estrategias del viejo PRI para sabotear, utilizando a la disidencia magisterial, que se mueve al sonido del dinero, para manchar el evento. Era una obviedad, como ridícula pareció la contingencia ambiental –aunque hubiera sido cierta–, porque fue parte de una serie de acciones donde, lejos de inhibir a quienes estuvieron en el Zócalo, los inyectó de coraje e indignación. Hubo gente –conversé con varias personas que iban caminando ayer por la mañana hacia la cita– que iba con temor de lo que pudiera pasar con el grupo de choque, pero en ningún momento dio señales de recular. El miedo fue menor que su deseo de que Morena salga del poder.
La línea estratégica de la Presidencia a lo largo de la semana era que el mitin no sería de ciudadanos sino de partidos. En el campo de batalla digital, las cuentas pagadas por la Presidencia y Morena –expertos estiman que invierten al menos 100 millones de pesos al mes– tuvieron por horas como trending topic en X la palabra “acarreados”, que superaba el hashtag de “MareaRosaConXochitl”. Pero las redes sociales, llenas de una multitud ruidosa y de legiones de robots, tampoco se traducen automáticamente en votos. Gálvez, de cualquier forma, citando al general Miguel Negrete, enemigo de Juárez, que se sumó a la defensa de México en la Batalla de Puebla con una frase memorable, “tengo patria antes que partido”, respondió a las voces del lopezobradorismo.
La victoria política de la oposición le dio combustible adicional a Gálvez durante su último debate presidencial con Sheinbaum y Jorge Álvarez Máynez, candidato de Movimiento Ciudadano, y el empuje final para los 11 últimos días de campaña presidencial. Parecen pocos para cambiar lo que parece será el curso de la elección, pero hay estrategias que no vemos, o persuasión para un voto estratégico que abandone a Álvarez Máynez, que no miden las encuestas ni registran las percepciones.