Cada vez queda más claro que el presidente Andrés Manuel López Obrador está trabajando como plomero del presidente Vladímir Putin, y de alguna forma, pagando viejos gestos de Moscú. Como dice, amor con amor se paga, y en este momento, el amor se convirtió en lengua de fuego contra el enemigo inmediato del líder ruso, Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania. A López Obrador no le gustó que el Parlamento Europeo lo nominara para el Premio Nobel de la Paz, que se anunciaría este viernes en Oslo, porque junta dos de sus animadversiones, el enemigo de Putin y los eurodiputados. Si se lo llegaran a dar, probablemente sus achaques y chocheos se intensificarían.
El miércoles, de la nada, como suele hacer en las mañaneras, se rayó con una de sus acostumbradas parábolas; dijo: “Con todo respeto, el Parlamento Europeo proponiendo como candidato a Nobel de la Paz al presidente de Ucrania, independientemente si participamos a favor de uno o de otro, ¿cómo uno de los actores en el conflicto en la guerra va a recibir el Nobel de la Paz. ¿Qué no hay otros que luchan por la paz? ¿Por qué no el papa Francisco, el mismo director (sic) de la ONU? Y debe haber muchos, muchos más. ¡Ah!, pero esos son organismos que se han dedicado a cuestionarnos, y la OEA y la misma ONU en derechos humanos”.
Las fobias del Presidente, proyectadas a nivel mundial. La trae contra el Parlamento Europeo desde que en marzo aprobó una resolución –con el voto de la izquierda– con 607 votos a favor, dos en contra y 73 abstenciones, que condenaba la violencia contra periodistas mexicanos. La respuesta fue a través de un comunicado de la Presidencia al día siguiente, donde, con un insólito lenguaje, los llamo “borregos” por sumarse “a la estrategia reaccionaria y golpista del grupo corrupto que se opone a la cuarta transformación”. Esa declaración, producto de la mecha corta del Presidente, la escribió un joven que redacta boletines, durante el trayecto de un vuelo a Chiapas, y que aprobó sin modificarle una sola coma.
Es muy raro –por no decir inédito– que un líder haga un pronunciamiento negativo sobre un candidato a Nobel de la Paz, salvo que se sienta afectado directamente. Pese a la relación de camaradería entre los cancilleres del Kremlin y el Zócalo, como se apreció en una reciente fotografía en Nueva York donde están sonriendo durante un encuentro bilateral el ruso Serguéi Lavrov y Marcelo Ebrard, y el respaldo ruso con sus vacunas contra el Covid, parecería demasiado pensar que fue un favor solicitado a López Obrador. Conociéndolo, probablemente lo dijo sin consultarlo con nadie.
López Obrador, sin embargo, es muy consistente. Aunque después de varios días el gobierno mexicano condenó la invasión de Rusia a Ucrania, sus declaraciones y acciones han sido a favor de Putin. Su plan de paz, donde urge un alto al fuego inmediato y una tregua de cinco años, normalizaba la ocupación rusa. Para efectos de argumentación, si aquello hubiera sido aceptado, la recuperación de territorio ucraniano en el este y sur de esa nación, con las derrotas militares rusas y su repliegue, jamás hubiera sucedido. Cuando criticaron el plan desde Kiev, el Presidente dijo que no habían entendido su iniciativa. En realidad, quien no entendió nada fue él, salvo que la intención hubiera sido, en efecto, que Putin se quedara con medio Ucrania.
El Presidente está en una cruzada contra Zelenski y las naciones que lo respaldan. Es decir, a favor de Putin. El miércoles dijo que había cosas que no podía comprender, como el que Ucrania pidiera su ingreso a la OTAN y no se le permite –lo acaba de solicitar oficialmente el 30 de septiembre–, pero les envían armas. “¿Quién pone los muertos?”, subrayó. Si se asoma a la estadística encontrará la respuesta: el número de civiles ucranianos muertos hasta el 2 de octubre son 6 mil 114, de los cuales 390 son niños, y el número de heridos son 9 mil 132, 690 de ellos niños. No hay civiles rusos muertos. Si la OTAN no hubiera enviado armas y proporcionado inteligencia, desde finales de febrero Ucrania estaría en poder de Rusia.
Eso le habría quedado muy bien, porque fortalecería sus alianzas en América Latina, donde los gobiernos que más defiende –Cuba, Venezuela y Nicaragua– son apoyados por Putin. El eje ruso en la región integra también a México. Chile y Colombia, otras dos naciones importantes en el subcontinente, que tienen auténticos gobiernos de izquierda, condenaron la invasión a Ucrania con un contexto histórico y político.
Otras naciones de izquierda han tenido acercamiento no con Moscú, sino con el presidente Joe Biden, como Argentina, por gestión personal, paradójicamente, de López Obrador, que le pidió recibir al presidente Alberto Fernández. Pero en su esquizofrenia diplomática, el miércoles se sumó al voto unánime de la OPEP y los países productores de petróleo independientes, para recortar la producción de crudo y buscar un incremento en los precios. En la práctica, México no bajará su producción, porque el mercado no altera el precio de combustibles al consumidor por el subsidio, pero políticamente se puso en la trinchera contraria a la de Estados Unidos.
López Obrador, que tiene una visión de túnel, ha querido matizar su apoyo a Putin. Por eso se preguntó: “¿Por qué no aceptar nuestra propuesta de que se forme un comité para conseguir la paz? Proponemos al papa Francisco, al primer ministro de la India (Narendra) Modi, al secretario (António) Guterres de la ONU”. La propuesta no caminó por absurda. Ninguno de los mediadores que sugirió le dijo que sí. Nadie seriamente le hizo caso.
La percepción de López Obrador en varias capitales no es la de un líder imparcial y objetivo. La idea que se ha construido de él a partir de sus acciones y declaraciones, es la de un neófito que está sirviendo a los intereses de Putin y sus aliados latinoamericanos, lo haga deliberadamente o no.