El Bronco resultó como lo pintan, bronco. Echado para adelante, retador, argumenta y no se deja. Bien plantado, el controvertido Jaime Rodríguez, candidato presidencial independiente, paso la aduana de “Tercer Grado” modificando su metabolismo. En la conversación que sostuvo anoche salió a batirse cuerpo a cuerpo con quien se le pusiera enfrente, sin achicarse ante cualquier interlocutor. Sin tapujos confrontó a Joaquín López-Dóriga, a Leo Zuckerman y a René Delgado, batiéndose con ellos en la defensa de sus posiciones, muchas polémicas, como mocharle la mano a los corruptos, y de su candidatura. El candidato más antisistémico de los cuatro que buscan la silla presidencial, es una versión tropical de Donald Trump, que rebate y se pelea con periodistas y medios sin importarle los costos que pudiera tener.
Usted parece un populista de derecha, disparó Zuckerman, al interpretar su decisión de cortarles la mano a los funcionarios que fueran corruptos. El Bronco le respondió: no te vi haciendo este tipo de preguntas a Andrés Manuel López Obrador. López-Dóriga le dijo que mocharle la mano a los corruptos era una ocurrencia. El Bronco no se quedó con la crítica. No es una ocurrencia, respondió: ocurrencias son las que dices todo el tiempo en tus programas y nadie te dice nada. Delgado lo centró después. Me parece que eres un candidato del gobierno de Enrique Peña Nieto, le soltó viéndolo a la cara. A mí me parece que eres un pelele, replicó el candidato. Te diría patiño, volvió a decirle Delgado. Fueron intercambios de percepciones, pero las escaramuzas con los integrantes de la mesa de “Tercer Grado” volvieron esta conversación en la más difícil de las cinco con los presidenciables.
La crónica de esos minutos pintó de cuerpo entero a Rodríguez, el gobernador con licencia de Nuevo León que no admitió fallas en su gobierno, ni equivocaciones en su campaña. Rodríguez está forjado en batallas callejeras desde que era estudiante universitario en Monterrey, cuando organizó una huelga de transporte público en protesta contra el gobierno de Alfonso Martínez Domínguez, en los 80, que llamó la atención del viejo priista que lo invitó a trabajar, convirtiéndose en su secretario particular. Luis Donaldo Colosio, presidente del PRI, lo hizo líder nacional de la Confederación Nacional Campesina en los 90, y fue militante de ese partido hasta 2004, cuando comenzó una carrera política como apartidista, independiente.
Cinco años después ganó la alcaldía de García con el 75% del voto, que fue un periodo que le cambió la vida. Sobrevivió dos atentados, y secuestraron y asesinaron a su hijo. Hace tiempo platicó que al terminar su periodo como presidente municipal se fue a su rancho durante siete días, imaginándose qué había hecho Jesucristo durante 40 días y 40 noches en el desierto. No resolvió el misterio, dijo en ese entonces, pero regresó con una misión que le confió a su esposa: “Quiero ser gobernador”. Lo logró, contra todos los pronósticos, y superó en mucho las expectativas. Su victoria fue de dos a uno sobre el segundo lugar, con un porcentaje que ni sumando el alcanzado por todos sus adversarios lo habrían empatado.
No le fue bien en Nuevo León, de acuerdo con las encuestas de aprobación. El Bronco dice que no cree en las encuestas y que la imagen que se le construyó de gobernador ineficiente, fue porque no le dio dinero a los medios. En efecto, Rodríguez canceló multimillonarios contratos publicitarios que tenía su antecesor Rodrigo Medina, como a Milenio, que además hacía negocios no periodísticos con el gobierno. Su principal choque, sin embargo, fue con El Norte/Reforma, cuyo propietario, Alejandro Junco de la Vega, tiene fama de ser el poder detrás del trono del gobierno en turno. El gobernador bloqueó la influencia y el pleito entre ellos no tiene fin. En la conversación en “Tercer Grado”, Rodríguez simplificó varias veces sus relaciones tensas con los medios a un asunto mercantil: si no les paga, le pegan. Pero ese tipo de relación es mucho más compleja de lo que plantea.
Esto es una constate. Por más inteligente que es, así como astuto y habilidoso, El Bronco no tiene densidad. Tiene información, mucha de ella general o superficial. Por ejemplo, sobre la pena de muerte para criminales, que deslizó como una propuesta que revolotea en su cabeza, utilizó como espejo a Estados Unidos, donde no hay evidencia de que la pena capital haya bajado los índices de asesinatos. Confrontarlo con ello mostró un rasgo interesante en El Bronco: que no es un fanático de sus ideas. Cuando se cuestionó su información, prefirió dar pasos para atrás para cotejar antes de replicar, y ser cauteloso.
Rodríguez es un político menos folclórico de lo que proyecta y muestra tener metas fijas en el futuro. Reiteradamente dijo que iría hasta el final de la contienda presidencial, sin importar cuántos votos sacara, aunque dio señales claras de que entiende cabalmente su realidad: cada vez que hablaba sobre lo que se está haciendo en Nuevo León, lo hacía en primera persona, como si fuera gobernante en funciones y no con licencia. Monterrey, no Palacio Nacional, domina su pensamiento. La forma como abordaba los temas y las perspectivas tras el 1 de julio, tampoco era de alguien quien se está muriendo por la Presidencia. Qué papel está jugando en esta campaña es una incógnita. Delgado lo quiso identificar como candidato de Peña Nieto, pero lo rechazó con virulencia. Se irá viendo en el resto de la contienda, aunque se puede adelantar que tendremos a un Bronco más allá de la elección presidencial.