Mal le cayó al presidente Andrés Manuel López Obrador la aparición del libro del periodista Mario Maldonado sobre Enrique Peña Nieto, que teje a partir de tres entrevistas on-the-record que le hizo en Punta Cana, donde vive actualmente, y tres informales en Madrid. Peña Nieto le anticipó que iba a publicarse, pero le aseguró que no habría sorpresas, respetando el pacto de mutuo respeto que tenían, y sin intención de generar ruido en la elección presidencial. En sus confesiones a Maldonado, cierto, Peña Nieto trata bien a López Obrador, pero miente en algunos puntos paradigmáticos de su gobierno, la transición y el exilio.
Peña Nieto se entregó a López Obrador antes incluso de que arrasara en la elección presidencial. Por razones que difícilmente revelará públicamente, aunque justifica que la franquicia del PRI arrastraba mucho lastre, optó por un candidato fuera del partido, José Antonio Meade, a quien sabotearon y abandonaron sin que Peña Nieto hiciera nada al respecto, sin recursos ni operación electoral, y sin representación en 30% de las casillas el día de la elección.
No significa que una participación más activa hubiera cambiado el resultado, pero tampoco hizo nada a favor de su candidato. López Obrador lo sigue elogiando por no haber intervenido –eufemismo de apoyado– en la elección, que es lo que allanó el camino para construir un pacto de no agresión. Ese acuerdo, que ambos niegan, fue durante la transición, y se enfocó en quiénes no serían perseguidos penalmente –como Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong– y quiénes sí. Peña Nieto palomeó la lista para la guillotina encabezada por Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, seguido de Gerardo Ruiz Esparza, exsecretario de Comunicaciones, y Rosario Robles, que fue cabeza en Desarrollo Social y en Desarrollo Agrario. Sólo Ruiz Esparza no fue a la cárcel, porque murió antes de ser imputado.
Peña Nieto le entregó el poder de facto a López Obrador desde el día siguiente de la elección presidencial y tuvo cuatro reuniones con su sucesor, que le narró a Maldonado, una de ellas en la casa de Tlalpan del Presidente. Después de eso, sólo tuvo algunas conversaciones telefónicas con él, como cuando le anticipó que vendría un libro con declaraciones que no despeinarían a su gobierno. Hubo más comunicación, a través de canales secundarios para enviarse mensajes.
Uno, la placenta del exilio, fue luego de que se publicaran fotografías de Peña Nieto en la prensa. Las primeras fueron de la boda de la hija de su abogado y amigo Juan Collado, en mayo, y las segundas en unos XV años donde bailó con su entonces pareja, la modelo Tania Ruiz, en junio, que desataron muchas críticas en la opinión pública sobre el incumplimiento de su promesa de combatir la corrupción, que se trasladaron a Palacio Nacional, donde sus cercanos y la parte más radical de su movimiento consideraban como un mensaje de impunidad.
López Obrador le envió el mensaje a través de Collado, y una semana volaron juntos a Madrid. En el libro, el expresidente le dice a Maldonado que su partida no había sido a un “exilio político”, sino que fue una simple “formalidad para lograr una transición positiva en la entrega del mando presidencial”. Como explica el periodista a partir de las reflexiones de Peña Nieto durante las conversaciones informales, el expresidente consideraba necesario irse del país para respetar la victoria y gestión de López Obrador.
La verdad es que Peña Nieto decía antes de dejar la Presidencia que no veía razón alguna para irse del país, y que seguiría viviendo entre Ixtapan de la Sal –donde jugaba golf– y la Ciudad de México. En el libro habla como si hubiera sido un estadista que veía más alto y más lejos, cuando en realidad era todo lo contrario. En sus confesiones ha encontrado justificaciones que lo enaltezcan, cuando la superficialidad y la falta de cuidado llevaron a que López Obrador, para protegerlo, le pidiera que se fuera del país.
En sus confesiones Peña Nieto es ambiguo en varios puntos, como cuando recuerda lo “injusto” de la renuncia de su secretario de Hacienda, Luis Videgaray, que promovió la visita a Los Pinos de Donald Trump, candidato republicano a la Presidencia, durante la campaña electoral. Admite ahora que fue un “desastre” con un enorme impacto negativo en México, y aunque menciona que también molestó al presidente Barack Obama y a Hillary Clinton, la candidata demócrata, oculta que Videgaray salió del gobierno no por esas razones, sino porque se lo exigió la Casa Blanca. Si quería Peña Nieto recomponer su relación con Obama, le mandaron decir, tenía que cortarle la cabeza al responsable de la visita. Y así lo hizo.
Peña Nieto trata en el libro de esconder sus incapacidades, deficiencias y debilidades. Por ejemplo, omite detalles en el cese de Lozoya, dejando entrever a Maldonado que lo despidió porque le mentía y porque había realizado una “pésima gestión”. En realidad, Peña Nieto lo defendió varias veces de Videgaray, que le pedía lo despidiera, topándose con un muro y, al final, la advertencia de que no volviera a tocarle ese tema. Peña Nieto se deshizo de él porque la Casa Blanca, molesta por la recepción a Trump, reclamó que hubiera realizado una visita oficial a Arabia Saudita, con quien tenían en ese momento una relación muy tirante.
El expresidente también quiere mostrarse como un estadista, como cuando habla del caso Ayotzinapa, y dice que “cuando supo de la desaparición de los normalistas, anticipó el momento más crítico de su administración”. Lo que mostró ese momento fue una insensibilidad por arrogante e ignorante, aceptando por más de dos semanas que era un problema municipal, y que la desaparición de los jóvenes “eran un ajuste entre narcotraficantes”, como dijo el exprocurador Jesús Murillo Karam.
La editorial Planeta, que publicó el libro, lo anuncia como “¿quién es realmente el hombre que gobernó México entre 2012 y 2018?”, a lo que podría añadirse otro remate: fue un cobarde y un mentiroso que trata de lavarse la cara escondiéndose en la desmemoria.