Opinión

Pedro Kumamoto: Orgullo por México

A través de México. | Miles de centroamericanos se encuentran transitando por nuestro territorio con rumbo a Estados Unidos | Fuente: Especial

Laura levanta un pequeño anafre a la orilla de una avenida en Chicago. Intenta prender los carbones para empezar a calentar los dos discos que utiliza como comales. En ellos planea realizar la tarea que ha hecho por incontables días: calentar tortillas que ella misma ha amasado, cocinar decenas de quesadillas y sopes, freír chorizo que una tienda local importa de México, llenar algunas panzas de transeúntes y llevarse sus buenos dólares.

Sin embargo la tarea se ve difícil: el viento corre a 26 kilómetros por hora, la humedad y el frío de tres grados bajo cero pega, el cuerpo lo resiente y el vapor glacial se queda adherido a los huesos. En momentos, las ráfagas le hacen sospechar que las llamas que brindan el calor necesario para poder iniciar a preparar comida se podrían apagar. Contempla con esperanza las brasas incipientes, ¿vencerán a la ventisca?

Luego, sucede el milagro: las llamas sobreviven, los sopes de chorizo se venden, las cuentas se pagan y sus hijos continúan en la escuela.

Ella, aunque sobresaliente, no es un caso aislado. Laura forma parte de Telpochcalli Community Education Project, una organización comunitaria formada por mamás mexicanas migrantes que buscan impulsar el desarrollo educativo de sus hijos. Ellas han logrado convencer a las autoridades escolares de permitirles usar las aulas después de clases para que sus hijos tomen clases de regularización de idiomas, matemáticas y otras materias. También impulsan que otras madres de familia tomen cursos de inglés, liderazgo, tejido y se apoyan para poder realizar todos los trámites burocráticos necesarios en la ciudad de Chicago.

A veces, para conseguir los cursos, tienen que viajar o pagar algunos honorarios, por eso decidieron formar una cooperativa de venta de alimentos, procurando fondos para que nadie se quede fuera de estos espacios de capacitación. Ellas forman parte de una red de cientas de admirables organizaciones que trabajan por lo ancho y largo de aquel país del Norte, que buscan ayudarse para construir una nueva vida, una chamba y un horizonte prometedor para sus familias.

En Estados Unidos hay quienes están completamente convencidos que estas mamás mexicanas, que quienes chambean a diario para enviar remesas a sus pueblos natales, que los migrantes en general, han llegado para hacer más inseguros sus vecindarios, que roban sus trabajos y que el gobierno no debería utilizar recursos económicos para lograr que ellos o sus hijos tengan salud o educación.

Incluso, hace unos meses, contemplamos cómo las autoridades de este país decidieron llevar a un punto crítico esta narrativa que criminaliza la migración e hicieron lo impensable: partir familias sin razón, deportando a algunos de sus integrantes con argumentaciones que rayaban en el racismo más rancio. En algunos casos incluso se enviaron a nuestro país a niños que no conocían a sus familias mexicanas, y que no tenían un conocimiento avanzado de español, para asistir a una escuela mexicana, o a personas que llevaban trabajando décadas en Estados Unidos y que estaban cercanas a lograr su retiro pensionados. ¿Te imaginas trabajar treinta años y que, de la nada, todo tu patrimonio desaparezca?

Estos días tenemos la oportunidad de demostrar que los casos mexicanos en el país vecino nos han enseñado a ser más humanos, más solidarios y receptivos. Que lo que aprendimos de nuestros abuelos braceros, de nuestras familias migrantes, de las madres del proyecto Telpochcalli, es que las fronteras son imaginarias.

Estas semanas en las que México entero ha presenciado el éxodo colectivo de miles de migrantes centroamericanos deben ser una oportunidad para practicar la generosidad sin pretextos, para acabar con el racismo y el miedo. Es el momento de sentirnosr orgullosos de este gran país que sabe que donde comen dos, pueden comer tres, que ha aprendido que abrir las puertas a un extranjero no significa cerrarlas a los compatriotas, que solidarizarnos con una tragedia no te excluye de apoyar a una segunda.

Laura atiza las brasas de su anafre. Cada quesadilla o sope vendido servirá para que su pequeño hijo tenga más oportunidades. ¿Por qué este niño sería distinto a los que duermen hoy en estadios, auditorios y tiendas de campaña en México?

Pedro Kumamoto 13.13.2018 Última actualización 13 noviembre 2018 6:13

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