“No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.”
El Silencio, J. E. Pacheco
En estos días de euforia, celebración y regocijo, en los que son tan necesarios los silencios y recuentos del año es que me he hecho de un pequeño ritual (¿será muy pronto llamarlo así si llevo tres años llevándolo a cabo?). Mi tradición consiste esencialmente en dejar el celular en casa durante un día entero y despreocuparme por lo que suceda en el trabajo, en las redes sociales y en el acontecer nacional.
Dejar el aparatejo en el hogar para madurar ideas, para reconciliarme, para darme un respiro de la urgencia del mundo exterior, para gozar con intensidad. Permitir que nazca un lienzo en blanco, sin objetivos ni medidas, para vivir ese encuentro con la voz interior, eclipsada regularmente por las cascadas de información de las rotativas, los tweets y las declaraciones de personajes del mundo de la política.
En esos momentos que decido hacer a un lado todo, salgo a caminar por largas horas sin un rumbo definido, en otros casos las dedico a hojear poemas de José Emilio Pacheco o Antonio Gamoneda. También he encontrado reparador sentarme en la barra de una cafetería a observar minuciosamente la sincronía de cada movimiento del barista en turno, o a veces simplemente me recuesto en un parque a disfrutar del vaivén de las copas de los hules y pinos, mientras un pajarito trina de vez en cuando.
Es increíble lo que estas experiencias logran. Son pasos para reconfortarme, arrullan los pensamientos, serenan los ánimos y ayudan a ver con más claridad al año que acaba de pasar. Lejos queda la gratificación instantánea que buscamos como santo grial todos los días. Atrás los lugares comunes con los que tratamos de encuadrar la realidad política y económica. Pero más relevante aún, es gracias a estos momentos en los que podemos delinearnos un futuro alternativo y pensarnos en nuevos escenarios.
A veces lamento no tener más a menudo estos instantes de total ocio y silencio, pues entiendo que son los mejores aliados para verdaderamente dejar de ser predecible, soso o simplemente repetido. Estos minutos permiten que la mente se vacíe y en ella se produzca un instante de lucidez. ¿Cuántos siglos viendo al firmamento en silencio les tomó a las civilizaciones antiguas para darse cuenta que nuestro planeta no estaba solo en el universo?
Por eso es importante que en estos momentos en donde las vacaciones lo permiten, que dejemos atrás la oficina, los rugidos virtuales de Trump, nuestras cámaras de eco llenas de vanidades banales, las pasiones tristes y estas ansias por opinar sobre cada tópico que se presenta.
Esta defensa al silencio y el ocio no es gratuita. Todas las personas que admiro me han enseñado que una parte esencial para pensar verdaderas alternativas en este mundo significa, forzosamente, callar para reflexionar, para crear, para conseguir un ritmo distinto, para no ser un administrador de la inercia, un continuista, un perenne replicador.
Para poder imaginar el “otro” país que queremos construir, la “otra” empresa que buscas consolidar, las “otras” teorías que analizar, es importante detener el paso. Las nuevas respuestas no se encuentran en acelerar en la misma dirección, sino en hacer un alto y quizás correr hacia la montaña que siempre hemos evitado. Quizás por eso el silencio no signifique ausencia, sino el profundo encuentro con el mundo interno.