Quitar matemáticas e incluir el odio de clases en los libros de texto obligatorios para 24 millones de estudiantes mexicanos no es una ocurrencia más del Presidente: es un crimen contra la niñez.
López Obrador y sus asesores chavistas han lanzado un golpe que va directo a emponzoñar el alma de la nación.
No es aceptable que transmita sus rencores y frustraciones a los niños, y que a éstos se les enseñe que nacieron en una esquina antagónica a la de otros niños.
Con los niños no, hay que decirle al Presidente.
Ya bastante daño ha hecho a la educación mexicana como para permitir que las nuevas generaciones queden a merced de los prejuicios ideológicos impresos en los libros de texto.
El Presidente ha dañado el presente y el futuro de cientos de miles de niños al quitarles las escuelas de tiempo completo, donde podían desayunar y comer, además de aprender a pensar.
Un millón 570 mil alumnos abandonaron las aulas de enseñanza básica y media superior en este gobierno. A la milpa, al narcomenudeo o de braceros a Estados Unidos.
Aquí hemos citado un estudio de la Universidad Iberoamericana que señala que, durante la pandemia, el porcentaje de alumnos de primaria con nivel insuficiente en matemáticas pasó de 59.1 a 78.3.
El nivel insuficiente de lenguaje pasó de 49.1 a 70.2 por ciento de los niños de primaria.
Ya basta. Con los niños no.
Ahora será obligatorio aprender, como si fueran verdades únicas, las fantasías y odios del Presidente.
Dicen los libros que él ganó la elección de 2006, pero se la quitaron mediante fraude. Se promueve a Claudia Sheinbaum en los libros de texto.
El autor de los libros, Marx Arriaga, aparece citado en ellos, y se eleva a categoría de héroes de la patria a Genaro Vázquez, Lucio Cabañas, a secuestradores de empresarios, terroristas que son ensalzados porque, a mano armada, tomaron un avión con pasajeros y lo desviaron a Cuba.
Los grupos armados que se reivindican en los nuevos libros de texto no únicamente secuestraron o mataron a empresarios y soldados, también asesinaron a estudiantes a los que se llevaron de sus salones de clase para matarlos en nombre de la “justicia revolucionaria”.
Se ensalza a esos grupos criminales que mataban o secuestraban en nombre de una ideología, como Los Enfermos, de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Esa ideología, el marxismo, es la que profesan en la Secretaría de Educación Pública, y también la comparte el presidente López Obrador, aunque no se atreva a decirlo.
Hay apología del crimen, del asalto y del desacato a la legalidad. No es necesario interpretar: ahí está todo, en los nuevos libros de texto para los alumnos y guías para maestros a los que se instruye enseñar a los niños el odio de clases.
No se estudia la lucha de clases como el método de una doctrina –la marxista– para analizar la historia. No. Se pide a los maestros que enseñen a niños mexicanos a odiar a otros niños mexicanos.
Cuánta maldad siembra el Presidente de la República. Ya que le pare.
Un gran secretario de Educación Pública, Otto Granados, comentó este fin de semana: cuando había algo de sensatez y lucidez en México, una cosa que (el presidente) López Mateos encargó (a su secretario de Educación) Torres Bodet en 1959, al firmar el decreto que dio origen a los libros de texto, fue que velara por evitar “expresiones que susciten odios, rencores, prejuicios y estériles controversias”.
AMLO va derecho y hará conferencias vespertinas (como ocurrió con López-Gatell durante la pandemia) para defender esos textos.
Descalificó la crítica a sus libros: “Claro que se van a inconformar, pero tenemos que seguir fortaleciendo la revolución de las conciencias, porque lo único que va a quedar y no van a poder borrar es lo que vaya al pensamiento”.
Los libros de texto, impresos y distribuidos contra un mandato judicial, condensan todo lo que es y ha sido López Obrador, y lo que quiere dejar como legado imborrable en la mente de los niños.
En ellos está, como lo apuntó el viernes Rafael Pérez Gay con certera claridad, “el desprecio por el conocimiento, el encumbramiento de la ignorancia, la defensa anticientífica, el antiintelectualismo, la ideología dogmática de los años setenta, la ilegalidad como sello de la casa, el descuido de los programas y, desde luego, la ineptitud”.
Los libros de texto, como están, no deben pasar. Sería un crimen contra la niñez y contra el alma de la nación.