La encuesta publicada ayer en Reforma no deja lugar a dudas: el que crece en las preferencias ciudadanas rumbo a la elección presidencial es Ricardo Anaya y no José Antonio Meade.
Ahí están los números, y mal harían los dirigentes del PRI y del gobierno en atrincherarse en la arrogancia al descalificar la encuesta por tratarse de un medio adverso: nadie se juega el prestigio con “cuchareo” en una presidencial. Nadie serio, pues.
Si la tendencia a la baja continúa, el descalabro del tricolor puede poner en duda la supervivencia misma del PRI como un partido fuerte.
Anaya ha hecho una mala campaña, con propuestas incomprensibles para el común de los electores, y sin embargo se perfila como el que va a disputar la Presidencia a AMLO.
Queda claro que algo tiene Anaya que sus contendientes han errado al minimizar.
La corriente panista que difiere de él apela a cuestiones doctrinarias y a prácticas ajenas a Acción Nacional de parte de Anaya para hacerse de la candidatura presidencial. Sí, tienen razón, pero se las ganó.
En el PRI y en el gobierno también minimizaron a Anaya y creyeron que con vincular a su familia con la posesión de bienes inmuebles lo iban a acabar. Se equivocaron. Golpe que no aniquila fortalece. Y lo fortalecieron.
Tanto el gobierno como el PRI subestimaron el enojo social contra estos años en que ha habido logros, pero también fallas garrafales que golpean a la gente, como es la inseguridad galopante y en algunos lugares del país francamente incontrolable.
Hasta la coronilla quedó la población con los malos ejemplos de gobernadores priistas que fueron exhibidos en una ostentación ofensiva de riqueza y, al castigarlos, no se capitalizó en favor del gobierno sino que a éste lo echaron en el mismo saco.
Lo que hay en el país, de acuerdo con la interpretación de las encuestas y con el pulso que da la conversación cotidiana, es una fobia antipriista como no habíamos visto nunca. Ni cuando ganó Fox.
Y en el equipo de campaña de José Antonio Meade no ha habido la capacidad para explicar lo evidente: el PRI es distinto en cada sexenio. Con Meade también sería diferente.
Pero el discurso de la campaña de Meade es de continuidad, cuando la gente, de manera justa o exagerada, está harta y pide a gritos un cambio.
No han podido construir cuatro ofertas concretas, comprensibles para la población, que sirvan de diferenciador del proyecto y estilo de Meade con el gobierno actual.
Mal harían en deslindarse del Presidente que les dio la oportunidad de servir, pero hay suficientes “generales” en esa campaña como para pensar en una oferta de cambio creíble de aquello que molesta y angustia a la población, y potenciar lo positivo, que también existe.
La encuesta, que va a variar pues se trata de una foto del momento, nos dice que Meade va a la baja y está a 19 puntos de López Obrador.
Y Anaya, al alza, a ocho puntos del líder.
Esa es la realidad y sobre ella tendrán que trabajar los equipos de los tres candidatos presidenciales.