La mejor prueba de que la candidatura presidencial de José Antonio Meade cayó bien en la población, es que López Obrador montó en cólera y perdió la compostura.
Se puso furioso y volvió a ser él.
Adiós a la quietud y bonhomía de abuelito que le quisieron dar sus publicistas, y regresó a ser el político colérico, intolerante y grosero contra los que no piensan como él o no se le suman.
Volvió a gritonear en los mítines porque le dolió en lo más profundo la candidatura de Meade.
Le gritó “señoritingo”, “títere”, “pelele”, “corrupto” y otros improperios propios de un hombre que pierde la cordura cuando tiene enfrente a alguien éticamente intachable, técnica y académicamente superior.
Lo acusó de deshonesto. Eso es grave y valdría la pena, por el bien de la transparencia y en beneficio de los votantes, que ambos dijeran en un debate público de qué han vivido y cuántos impuestos han pagado por sus ingresos.
Es importante que lo hagan porque muy probablemente uno de los dos será el próximo presidente de México.
López Obrador arrancó su campaña contra Meade con varias mentiras: “ni con la abrumadora campaña mediática del destape, la mafia del poder pudo colocar a Meade en segundo lugar. Además de honestidad le falta carisma”.
A ver. Eso de que no está en segundo lugar lo tomó de la encuesta publicada el jueves por el diario Reforma, que en su primera plana pone a Meade un par de puntos debajo de Ricardo Anaya. Es decir, en tercer lugar.
Sin embargo, esa encuesta, como informa el diario en páginas interiores, se levantó antes del destape de José Antonio Meade.
Lo acusó de traer una “abrumadora campaña mediática” con su destape. Por favor. Si alguien ha tenido una abrumadora campaña presidencial en todos estos años ha sido López Obrador, quien ha captado la atención de los medios porque es el único candidato presidencial en campaña.
Si Meade está en todos los medios de comunicación es, primero, porque es noticia que el PRI lleve a un candidato ciudadano, lo que nunca había ocurrido en la historia de ese partido.
Y si aparece en los medios con una fuerte presencia, es porque no le tiene miedo a dar entrevistas a todos.
López Obrador se intimida ante un entrevistador, o sólo acepta hablar con quienes piensan como él. Al periodista que lo cuestiona, lo agrede, porque en el fondo casi todo enojo es miedo.
¿Deshonesto Meade?
Otra mentira. Y muy fácil de comprobar. Que digan ambos, López Obrador y Meade, de qué han vivido en los últimos diez años. Que lleven sus recibos de ingresos y sus comprobantes fiscales.
Esa prueba la pasa Meade y no López Obrador. Por eso está colérico, iracundo, furioso. Enfrente tiene a un rival que lo supera en estatura ética. Se le cae su bandera principal.
Su discurso en Tacámbaro fue patético. “Títere”, “señoritingo”, “pelele”, le dijo a Meade, y volvió a la carga al siguiente día en Guerrero.
¿Dónde quedó la paz del abuelito tras la paloma?
Sería mejor que lo emplazara a un debate para hablar de los temas nacionales, pero volvió a lo suyo: al discurso grosero, agresivo, sin búsqueda de diálogo ni de confrontación de ideas y de biografías.
AMLO tiene miedo. Vuelve a hablar de “imposición”.
Huele la derrota.