Cuando se observa el debate público en México, diera la impresión de que continuamos con las campañas electorales federales.
Nos guste o no, no es así.
Hubo un hecho que redefinió al país: el arrollador triunfo de López Obrador en la elección presidencial, así como la obtención de mayorías absolutas en las cámaras, por parte de Morena y sus aliados, así como el control de la mayoría de los Congresos locales por las mismas fuerzas.
Este hecho fue expresión del rechazo de la mayoría de los electores a un conjunto de políticas, específicamente las asociadas a lo que genéricamente se denomina el modelo neoliberal.
Todavía hay quien se sorprende de que el gobierno esté tomando… ¡las medidas que propuso en la campaña!, y con las cuales obtuvo el respaldo para ganar la elección, que van en contra de las que se tomaron en los últimos años.
No debería haber sorpresas. Ese fue el mandato de las urnas.
Lo que tendría que haber entre los que no coinciden con las decisiones que se están tomando no es sorpresa sino la construcción de una nueva narrativa, si es que quieren revertir esas medidas algún día.
Si lo que se plantea es meramente la defensa del ‘modelo neoliberal’ o la crítica de las medidas tomadas por el gobierno, esos planteamientos están condenados al fracaso. Les guste o no.
Es probable que haya la percepción de que “lo único” que ocurrió es una derrota electoral y que se trata de un fenómeno acotado al momento y al país.
A mi parecer, no es así.
Estamos frente a un cambio de paradigma que ha corrido por todo el mundo, tal vez sólo equiparable a lo que sucedió en la década de los 80 del siglo pasado, cuando vivimos la “revolución liberal” que propició una oleada de apertura y liberalización en todo el orbe y que dio el tiro de gracia a las economías centralmente planificadas y al sistema político soviético.
Estamos frente a un fenómeno equiparable al derrumbe del muro, pero en el otro sentido.
Sin embargo, muchos de los que simpatizan con el modelo liberal no lo quieren ver así.
Lo visualizan sólo como un ‘desafortunado’ paréntesis que habrá de cerrarse pronto.
La crisis del modelo económico debiera conducir a la creación de una nueva narrativa que parta de un entendimiento diferente del funcionamiento de los mercados, así como del rol del Estado.
Evidentemente no puede ser un mero regreso al intervencionismo estatal de viejo cuño o al proteccionismo comercial.
Hay que desaprender y aprender de nuevo.
La visión de que el libre mercado conducirá a la optimización del bienestar y al uso más eficiente de los recursos, archívela en la historia de las teorías económicas.
El tema de fondo es la vieja –muy vieja– consideración de que los mercados necesitan ser regulados y gobernados por el Estado.
Ni se puede perder el efecto benéfico de la ley de la oferta y la demanda, pero tampoco permitir que ésta se convierta en la Ley fundamental. Es un tema de civilización.
Finalmente, desde 1776, con el triunfo de la Revolución Americana encabezada por Washington, Jefferson y demás… quedó claro, que es el Estado el que debe imponer las reglas de la convivencia económica.
Es decir, hay que olvidarnos de la doctrina y aprender de la historia.
En ningún caso se obtuvo éxito económico siguiendo a ultranza el liberalismo de libro de texto, sino el liberalismo que entendió su realidad.
Mientras no comprendamos eso, ni los partidarios ni los detractores de la Cuarta Transformación, van a tener un mapa de ruta.
Y seguiremos a ciegas por muchos años.