La rivalidad entre Estados Unidos y México en el futbol es ancestral, dicho antagonismo ha vivido múltiples pasajes. Cuando éste inició, se trataba de adivinar cuántos goles recibirían los estadounidenses. Pero la actualidad, sobre todo en el fortín de Columbus, resulta una abominable pesadilla para los nuestros.
Nunca he creído que la pelota sea un arma para expiar sentimientos patrioteros, sigo creyendo en la parte lúdica y de divertimento que este juego provee. Me tocó muchas veces jugar para la Selección Nacional; de las cosas que más me sacudían las entrañas era escuchar el Himno Nacional, normalmente lo hacía con los ojos cerrados. Así mismo, siempre supe que no podía ponerme en los hombros la felicidad de millones de mexicanos, si hubiera sido consciente de eso, no habría podido dar un solo paso. Sigo pensando lo mismo, pero no puedo, ni voy, ni quiero obviar que el momento de este cruce lo convierte en una peliaguda cruzada.
Tú, Donald Trump, fuiste elegido presidente de los Estados Unidos hace unos días; tú, que nos has mancillado e insultado sin el menor escrúpulo; tú, que has generado un deleznable clima de incertidumbre, incluso miedo. Pues bien, este viernes estaremos en tu casa enfrentando a tus huestes, inmejorable ocasión no para vengarnos, el que estés en la Casa Blanca durante mínimo cuatro años te hace inmune. Pero sí es una deliciosa oportunidad para que los millones de compatriotas que viven allá y los que vivimos en nuestra gloriosa nación esbocemos una ligera sonrisa y nos abracemos a un halo de ilusión, que será sin duda efímero, pero que nos hará sentirnos todopoderosos en este ambiente de vacilación.
Insisto, no creo en el balón como un instrumento de conflicto, todo lo contario, lo palpo como un preciado artilugio para unir voluntades y conciliar opuestas posturas. Los jugadores de la Selección Nacional tendrán la espinosa labor de ser embajadores de una exótica revuelta nacional y, al mismo tiempo, futbolistas que ejercen una pacífica y bendita profesión en donde no les va la vida en ello. Y lo jodido de la cuestión es lograr un perfecto equilibrio entre ambas aristas, si la balanza se decanta por cualquiera de los dos escenarios, el final pudiera ser atroz.
En favor de la Selección Azteca juega que la mayoría de los jugadores mexicanos que concursan en Europa están rodando muy bien y están teniendo continuidad. Así como que el acérrimo enemigo está atascado en un recambio generacional que se ha tardado décadas en lograr, estoy cierto que la cofradía de Barras y Estrellas tiene nulos argumentos futbolísticos para lastimar a los nuestros.
Si hoy no se consigue desterrar el maldito grito de “dos a cero” que los estadounidenses nos endilgan cada visita a Ohio, me temo no será nunca. Y sin duda es un lindo momento para mandar al carajo tan irritante berrido, no aventando la patria por delante, sencillamente clarificando que por lo menos en futbol, somos sus patrones.