Ahora que marchó un contingente del Ejército ruso en el desfile militar de nuestros festejos patrios –recordemos que una buena parte de ese Ejército ha invadido Ucrania ante el beneplácito vergonzoso de nuestro gobierno–, es oportuno señalar la histeria con que el lopezobradorismo se ha movido en materia de política exterior. Por lo menos en el discurso.
Hay que señalar que antes de que el piquete de soldados rusos desfilara por nuestras calles, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador extraditó de manera expedita a Ovidio Guzmán para beneplácito y alegría del gobierno estadounidense. Por supuesto se hizo sin hacer ruido; ningún anuncio ni nada. La fotografía del criminal en el avión la soltó un exagente de la DEA. El Presidente mexicano, siempre obsequioso con las bandas del crimen organizado, no ha dicho nada en días. Es curioso porque cualquier gobierno vería como un logro la extradición de tan peligroso delincuente –aunque en el fondo revelara muchas de las fallas estructurales de nuestro sistema de justicia–, pero prefieren esconder la cabeza.
Las razones para esconderse, para no decir nada al respecto, pueden ser variadas, y como no dicen nada, pues no queda más que especular al respecto. Una es por el miedo que le tienen a una reacción de la banda del Chapo. Como se sabe, ya en una ocasión, con este gobierno, el cártel sinaloense tomó la ciudad de Culiacán en represalia por la detención del señor Ovidio. Las escenas fueron pavorosas. Los criminales desplegaron su armamento, sus vehículos blindados y dieron una muestra de su capacidad de fuego y de organización. El Presidente entró en pánico y ordenó liberar al delincuente. La humillación al gobierno, y al Presidente en lo particular, fue vista en todo el mundo. El gobierno mexicano había capitulado ante el crimen sus Fuerzas Armadas superadas, su comandante supremo amedrentado y ofendido.
Independientemente del trato reverencial que le ha dado este Presidente a los más peligrosos narcotraficantes, era claro que el Ejército no iba a dejar pasar el agravio y, en un operativo ordenado y exitoso, aprehendió de nuevo al hijo del Chapo y líder del cártel que los había humillado. De esta manera, el Ejército limpiaba su honor y el del Presidente. Se presentó entonces el problema de mantener al criminal en una prisión mexicana con los trámites judiciales y demás. Por supuesto estaba la exigencia estadounidense de entregarles al delincuente a la brevedad posible. El gobierno mexicano hizo todo lo necesario para que el proceso de extradición fuera lo más expedito posible. No ejecutó una orden de aprehensión en contra del detenido para no abrir otro juicio y alentar el proceso, así que, en cuestión de meses, el señor Guzmán fue despachado para Estados Unidos. Un verdadero proceso exprés.
Esto habla de la relación que tiene AMLO con Estados Unidos. Grita en sus mañaneras, hace sus desplantes soberanos, dice sus discursos contra los imperios, invita a los cubanos y a los venezolanos, invita quince soldados rusos al desfile militar y ofende al pueblo de Ucrania, pero, por el otro lado, cumple a cabalidad con lo que le piden los gringos y sin chistar. Y el gobierno estadounidense, mientras cumpla con eso, no le interesa que haga su performance de comunista trasnochado. Que invite a los rusos, pero que extradite a Ovidio.