En la gran feria del odio que se lleva a cabo desde hace cinco años en Palacio Nacional, ayer le tocó el turno a los trabajadores del Poder Judicial. El Presidente no tiene llenadera en lo que a la dispersión de odio, insultos y veneno se refiere. Es el gran odiador. Lo mismo le dan las feministas que los que estudian en el extranjero, los conservadores o los socialdemócratas, los burócratas que los empresarios. Él la emprende contra todo lo que crea que es un enemigo en determinado momento y ahora fueron los trabajadores del Poder Judicial.
“Si dicen, por ejemplo: vamos hacer un paro, pero si se van de vacaciones no sé cuánto tiempo, si no trabajan. Se tardan, bueno, hay miles de personas que tienen 10 años sin sentencia”. Dijo en referencia a quienes se manifestaron abiertamente en contra de las autoritarias medidas presidenciales para quitarles beneficios a los que tienen derecho. Se sabe que el Presidente tiene un pleito contra los ministros de la SCJN. Como no encuentra la manera de correrlos, ha decidido echarle encima a la base trabajadora para reclamarles lo que en realidad está haciendo él. Pero parece que no le salió. Todos saben que es el Presidente, y si no lo sabían pues ayer quedó perfectamente claro con los insultos que les propinó.
La declaración del Presidente es, como de costumbre, una manifestación de desprecio para un sector de sus gobernados que laboran en la judicatura. López Obrador considera que no se merecen las vacaciones, cree que las sentencias no salen por que les da flojera a los que ahí trabajan –no importa si es de secretarias, de personal limpieza o en la administración–. Con una lógica que solamente él entiende, cree que eso se va a remediar quitándoles prestaciones que les corresponden a los que trabajan ahí y a los jubilados.
“Si ni trabajan”, dijo el Presidente. Esto es curioso, por decirlo de alguna manera. El Presidente es conocido por su liderazgo, su capacidad de ofender, su proclividad a decir simplezas, su ignorancia sobre el mundo y su descomunal apetito por todo lo que sea fritanga. Pero nunca ha sido reconocido como un hombre trabajador. Al contrario, tiene más bien fama de haragán. No se le conoce trabajo alguno en las últimas tres décadas que no fuera el de estar grillando e insultando, mantenido a veces por dinero público y otras por algún benefactor. No es un hombre de trabajo. Se levanta muy temprano, eso sí. Agrede a quien puede, se mete unos atracones de garnachas, se va a jugar beis y se duerme temprano. Así que digamos modelo de trabajador, no es.
El Presidente ha sacado a la calle a quienes no tienen por qué estar ahí. Los sacó a la calle el Presidente no sólo con sus insultos, sino con una serie de medidas que afectan sus vidas. Es un daño directo a miles de familias que no eran parte del pleito que organizó el Presidente. Estarán en las calles porque el Presidente de su país los ha agraviado, los ha insultado y quiere quitarles derechos. No deben dejarse.
“No me importa nada”, dijo el energúmeno en referencia a las manifestaciones de los trabajadores. Es una pena que el Presidente se exprese así de sus gobernados, que no merecen esas palabras del odiador. Los ciudadanos merecen que sus gobernantes los traten con respeto y dignidad. Hacen bien en exigirlo.