Opinión

Fernando Dworak: Símbolos, discursos y poder suave en París

El trabajo de Francia. | Una cultura vibrante es aquella que tiene la capacidad de abrazar su pluralidad, sus ambivalencias y contradicciones | Fuente: Juegos Olímpicos

De manera categórica, me fascinó la apertura de los Juegos Olímpicos de París. Aunque por lo general no veo eventos deportivos, me fascinaron tanto el discurso político como el despliegue de poder suave que observaba en cada escena. Además, no solo hablaron de lo que han sido históricamente, sino cómo han sido capaces de construir a partir de ello.

Lejos de coincidir con algunas críticas respecto a que la ceremonia, Francia o la cultura occidental se encuentran en decadencia, estoy convencido que más bien se refleja una cultura vibrante y con posibilidades. En cambio, quienes representan una cultura decadente son quienes hicieron las críticas más feroces.

Una cultura vibrante es aquella que tiene la capacidad de abrazar su pluralidad, sus ambivalencias y contradicciones, de tal forma que está en continua redefinición de lo que representa y proyecta. No es sino a través de la conciliación y la aceptación de las diferencias como se puede construir de manera abierta un futuro compartido donde no hay puertos de llegada: la fatalidad no existe.

Lejos de ser una losa o una condición insalvable, la historia y sus legados no son monumentos de bronce o crónicas muertas. Lejos de ello, el pasado siempre está abierto a nuevos hallazgos e interpretaciones, a través de las cuales entendemos nuestra identidad y entorno. Todo ello siempre abre posibilidades para reinventarnos como sociedad.

¿Causó escozor ver a una María Antonieta decapitada, un grupo de metal interpretando una canción de la Revolución y finalmente una cantante de opera interpretando un aria? De eso se trata: de que el cruce de referencias y el juego permita reinterpretar lo que somos. Es más: estoy convencido que una señal de que nuestro país está alcanzando una madurez democrática será cuando haya un programa que narre la historia patria en tono de comedia.

De esa forma, y como se reiteró en la mayoría de los episodios del a apertura, los viejos ideales de libertad, igualdad y fraternidad no solo se refrendaron: se actualizaron con otros como sororidad e inclusión. Ciertamente hay temas espinosos, como la integración de migrantes provenientes de países árabes, pero no puede haber una cultura viva sin ambivalencias y luchas.

Al contrario, cuando las sociedades pierden vitalidad comienzan a idealizar el pasado. Si la historia es vista como una sucesión de efemérides, con personajes de bronce inmutables, sólo basta un paso para imaginar una edad dorada a la cual se debería volver. Esa es la trampa de los totalitarismos de derecha, desde el fascismo con Mussolini, el nazismo alemán y el salafismo musulmán: la necesidad de volver a un estado de pureza que, en realidad, nunca existió.

Cuando se piensa eso, hay un objetivo: volver a ese estado de perfección. En esa dinámica, una persona militante se ve como alguien que va a culminar la historia y será capaz de justificar cualquier atrocidad para lograr ese objetivo. Es ahí donde comienzan las exclusiones de personas consideradas “ajenas”, su cosificación y, si se les da la oportunidad, su exterminio.

En lugar de tener una visión cambiante de quiénes son, su identidad se basa en tradiciones inamovibles y un pasado de bronce. Eso puede servir quizás para museos, pero esa visión cultural está fundamentalmente muerta. Sin embargo, puede ser peligrosa como arma discursiva. Y eso lo vimos en el momento donde se celebraba la diversidad sexual durante la apertura.

Esas son las razones por las es fascinante leer y releer el evento desde sus discursos y símbolos.

Fernando Dworak 01.35.2024 Última actualización 01 agosto 2024 9:35

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