¿Qué puede provocar que en México llegue un presidente como Hugo Chávez, Evo Morales, Luis Inacio Lula da Silva o Cristina Kircnher?
Existen muchas fórmulas para que esto ocurra, pero dada la coyuntura actual de México y los Estados Unidos, la respuesta parece centrarse en 2 posibilidades: La primera puede venir de la Casa Blanca y la segunda de Los Pinos.
La campaña presidencial en los Estados Unidos en el 2016 fue, sin duda, una de las más vitriólicas y desgastantes en la historia contemporánea del país.
Desde el 16 de junio del 2015, cuando Donald Trump anunció su intención de contender por la presidencia, se dio inicio a una campaña que usaría la retórica aislacionista, la xenofobia y el chauvinismo para ganarse el beneplácito de un sector muy importante de la población que había sido marginado del discurso político durante décadas.
El mensaje de campaña, a diferencia de lo que la gran mayoría de analistas y encuestadores pensaron, generó suficientes seguidores para que Trump llegara a la Casa Blanca. Sobre este resultado, y partiendo de lo que dijo el presidente electo sobre la inmigración y los tratados de libre comercio, entre otras cosas, se habla sobre las repercusiones económicas que su presidencia pudiera tener para México. No obstante, poco se ha dicho sobre el efecto que su presidencia pueda tener para las elecciones del 2018 en nuestro país.
Si el presidente electo Trump mantiene la misma retórica de campaña y opta por antagonizar a México, es muy posible que un candidato, aprovechando esa coyuntura, use el descontento mexicano y lance una campaña basada en posturas nacionalistas, antiyanquis y proteccionistas. Es claro que México no debe quedarse cruzado de brazos sin luchar por sus intereses, pero recurrir a ese nivel de demagogia para llegar al poder será sumamente pernicioso para el país.
En México, desde Los Pinos, las decisiones que se han tomado desde el inicio de la administración del presidente Enrique Peña Nieto también han hecho tierra fértil para la llegada de un líder demagógico. Escándalos de corrupción, políticas ineficaces en contra de la seguridad, un manejo poco responsable de las finanzas públicas y el titubeo en la aplicación del Estado de derecho, han creado las condiciones para que un líder que se postule como “antisistémico” y anti statu quo, llegue a la presidencia de la República en el 2018.
Si bien la presidencia ya se decidió en Estados Unidos, las acciones del presidente electo Trump aún no pasan de la retórica a la práctica y será difícil que pueda cumplir todo lo que propuso, sobre todo por los intereses económicos tan importantes que tienen las empresas más importantes en ese país a nivel mundial. El presidente electo Trump debe pensar en el bienestar de ambos países y en una relación bilateral que vaya más allá de los discursos de campaña.
México todavía tiene una oportunidad de elegir a un líder en 2018 que haga frente a retos económicos, políticos, sociales y de seguridad, que haga a un lado la cacofonía en el cadalso, y sobre todo, que tenga claro que la relación entre México y Estados Unidos no se puede echar por la borda.
En México la responsabilidad y la seriedad política serán las mejores armas para superar la incertidumbre.
En cambio, apoyar una campaña donde se promueva el antagonismo contra Estados Unidos no solo es un ejercicio estéril sino suicida para una economía y una sociedad que se ha beneficiado tanto, de una de las relaciones bilaterales más importantes en el mundo
Abraham Lincoln decía que “la demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con las palabras mayores”. Esta máxima debería servirnos como guía para las elecciones de 2018, ya que eso es precisamente lo que está en juego.
El reto para el electorado será evitar caer en provocaciones y recurrir a líderes mesiánicos y demagógicos. En nuestro hemisferio, tales errores han llevado al caos a Argentina, Brasil, Cuba, Venezuela y Nicaragua, por mencionar algunos.
México debe aprender de estos ejemplos y no replicarlos. Las repercusiones están a la vista de todos.