Pocas veces en la historia reciente se había sentido tanto alivio como ayer.
Al concluir la administración de Donald Trump terminó una era de incertidumbre y riesgos.
Vivimos más de cuatro años con la amenaza de que el personaje que ocupaba la Casa Blanca, probablemente el más poderoso del mundo, pudiera ocasionar un desastre con su irracionalidad, su volubilidad y su afán de mantenerse en el poder.
Ocasionó ya una hecatombe humana con el manejo de la pandemia. Solo como comparación, la Segunda Guerra Mundial ocasionó la muerte de cerca de 300 mil estadounidenses. Según la Universidad Johns Hopkins, ayer ya iban más de 405 mil estadounidenses fallecidos por la pandemia.
No sería nada raro que llegáramos en febrero al medio millón, a pesar de las nuevas políticas instrumentadas por el presidente Biden.
Trump estuvo a punto de ocasionar la mayor crisis política de la historia moderna de EU. Si las hordas de sus simpatizantes hubieran logrado secuestrar y/o asesinar a Nancy Pelosi o a Mike Pence, como se ha revelado tras las detenciones de algunos que participaron en la incursión al Capitolio, la historia hubiera sido otra.
Como dijo ayer Biden, la democracia prevaleció. Afortunadamente. Pero mostró su fragilidad.
Más allá del encomiable y emocionado llamado a la unidad que hizo Biden en su discurso de investidura, los riesgos persisten.
Biden hereda un país con una severa crisis económica, la peor crisis de salud de su historia y una polarización que permea a gran parte de la sociedad norteamericana.
Pero, el presidente llegó al poder con su mano tendida a todos y con el propósito de la unidad.
Y, eso incluye –aun sin haberlo dicho– al gobierno mexicano.
No es ningún secreto la inclinación de AMLO por Trump ni tampoco el afán de tomar distancia con Biden.
Pudiera ser cuestión de semanas o de pocos meses, la aparición de un discurso “antiimperialista” que nunca se hizo presente en la era Trump.
Tras la pesadilla de cuatro años, el gobierno mexicano debiera estar celebrando la orden ejecutiva para suspender la construcción del muro fronterizo, así como respaldar activamente y con todas sus fuerzas la iniciativa de reforma migratoria para regularizar la situación de más de 10 millones de indocumentados.
Pero, debido a los atavismos ideológicos y a la desconfianza de quien es muy diferente de él, el presidente mexicano puede decidir mantenerse distante y dejar pasar la oportunidad.
Total, el cálculo puede ser que más allá de la cercanía o distanciamiento con Biden, al final la economía se verá beneficiada de una recuperación en EU.
Así que, puede pensarse que no hay necesidad de acercarse a quien ve el mundo de una manera tan diferente.
Si esto es lo que ocurre, nuestro país dejará en la mesa otra oportunidad. Una más de las muchas que hemos perdido.
Más allá de las propuestas específicas de Biden en múltiples aspectos, su llegada a la Casa Blanca y la de los demócratas al control de las dos cámaras del Congreso, es un logro de la civilización.
Como pocas veces, la democracia de la nación más poderosa del mundo se puso en riesgo. Y también como pocas ocasiones, tuvo la sabiduría de prevalecer.
El mundo va a dividirse ahora entre quienes lamentan el que Trump se haya ido de la Casa Blanca y los que lo celebran.
Serán muy pocos los que estén en el primer grupo. Quizás los presidentes de Rusia, Turquía, Brasil (Putin, Erdogan y Bolsonaro) y muy pocos más.
¿En dónde se ubicará el gobierno de López Obrador?
Ojalá esté del lado correcto, pues de lo contrario, nos espera una relación muy complicada con nuestro vecino.