Ernesto Zedillo fue candidato presidencial como resultado de una tragedia.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994, dejó al PRI con muy pocas opciones y al final la voluntad presidencial se inclinó por Zedillo, entonces coordinador de campaña de Colosio.
No se trataba de su preferido sino del recurso que le quedaba.
La distancia entre ambos se hizo manifiesta de manera muy clara posteriormente.
Sin embargo, Zedillo ganó la elección más concurrida de la historia del México moderno, por un amplio margen.
Consiguió el 48.7 por ciento de los votos, casi 23 puntos porcentuales por arriba del segundo lugar, Diego Fernández de Cevallos.
La participación ciudadana alcanzó el 77.2 por ciento del padrón, un porcentaje que jamás hemos vuelto a ver.
El año de 1994 fue totalmente atípico en la política y en la economía, y entre otras cosas por la gran participación en las urnas.
La llegada de Zedillo a la Presidencia estuvo envuelta en una tormenta financiera: la crisis de diciembre de 1994, que resultó de un manejo muy poco diestro por parte de las nuevas autoridades financieras, en un contexto de una situación de salida de capitales y una pérdida de confianza de los inversionistas en el país.
El resultado económico de 1995 fue, hasta entonces, el más adverso de la historia moderna del país, con una caída (según las mediciones más recientes) de 5.9 por ciento en el PIB.
Pero, además, en esa crisis quebró casi la totalidad del sistema bancario.
Si se hubiera permitido la bancarrota generalizada de las instituciones bancarias, con la pérdida de los ahorros bancarios casi en su totalidad, la debacle económica hubiera sido mucho peor.
Se diseñó un rescate muy polémico, basado en un fondo financiado mayormente con recursos fiscales: el Fondo de Protección al Ahorro Bancario (Fobaproa).
López Obrador, quien en esos años alcanzó la presidencia nacional del PRD, adquirió gran notoriedad como crítico del Fobaproa.
La mayor parte de los dueños de los bancos perdieron el control o toda su inversión, pero se incurrió en una deuda pública elevada, para rescatar a los ahorradores.
El debate respecto a lo adecuado o inadecuado de ese esquema puede seguir eternamente.
Pero, el hecho es que, tras la caída económica de 1995, hubo una rápida recuperación. Al final de 1996, la economía ya estaba en niveles de producción 1.5 por ciento por arriba respecto al cierre de 1994.
Y en el cuarto trimestre del año 2000, al terminar su mandato, Zedillo dejó una economía casi 20 por ciento más grande que como la recibió, lo que significa una tasa anual media de crecimiento de 3.0 por ciento, a pesar de la debacle de 1995.
En el camino, Zedillo tomó la decisión de hacer frente a una crisis que estaba en ciernes: las pensiones.
En abril de 1996, con la oposición de los diputados del PAN, por cierto, encabezados por Felipe Calderón, fue aprobada en la Cámara de Diputados la reforma al sistema de pensiones para los trabajadores del sector privado, para transitar de un esquema de beneficios definidos fijado en la Ley del IMSS de 1973 a otro de ahorro individual.
El problema de fondo, ya se lo he comentado, fue el cambio demográfico que vivimos en México, al reducirse la proporción de trabajadores activos respecto al número de pensionados.
La solución no fue suficiente pues el ahorro para el retiro resultó muy limitado, confiando en que en el futuro aumentaría, lo que apenas sucedió con la reforma del 2020.
Sin embargo, Zedillo tomó la determinación de hacerle frente al reto, a pesar de los enormes costos políticos en los que incurrió.
Si no hubiera tomado esa decisión, las finanzas públicas de los próximos años, solo con la permanencia del esquema basado en la Ley de 1973, estarían completamente estranguladas.
En este rápido e incompleto balance no se puede desestimar la contribución de Zedillo a la democracia mexicana.
Quizás algún otro presidente de la República proveniente del PRI hubiera hecho todo lo posible para descarrilar a Fox y asegurar el triunfo de Labastida en las elecciones del año 2000.
Ya lo vimos en varias ocasiones, antes y después.
Zedillo no aceptó ese enjuague.
Por cierto, Zedillo fue responsable en cierta medida del encumbramiento de AMLO. Pero, esa es otra historia que en otra ocasión le contaré.
La figura del único presidente de la República egresado del IPN será siempre polémica.
Pero, me parece que, al paso de los años, se entenderá que la historia reciente de México sería diferente sin él.
Y, claramente, para bien.