Si tuviéramos una política que realmente atrajera de modo masivo a la inversión extranjera directa, estaríamos viendo niveles de llegada de capitales y empresas como no habríamos imaginado.
Comento lo anterior por los resultados que ayer se dieron a conocer en la materia.
Si consideramos todas las operaciones realizadas, incluyendo las adquisiciones de partes de Televisa y Aeroméxico, realizadas en el primer trimestre del año, el ingreso neto de inversiones foráneas fue de 19 mil 427 millones de dólares.
Para el segundo trimestre, la cifra fue de 8 mil 84 millones, para totalizar 27 mil 511 millones en el primer semestre de 2022, una cifra récord para un periodo semejante.
En el primer trimestre, por las transacciones atípicas, el crecimiento fue de 63.7 por ciento a tasa anual. Y, en el segundo, el volumen recibido fue 23.1 por ciento superior al del mismo periodo del año pasado.
La inversión extranjera directa recibida en los últimos cuatro trimestres alcanzó la cifra de los 40 mil 669 millones de dólares, un monto que resulta muy elevado para los estándares que hemos tenido en México en los últimos años.
¿Qué nos dicen estos datos?
A mi parecer, confirman dos tendencias fundamentales.
1- A diferencia de lo que ocurre con la inversión mexicana, la inversión extranjera sí está creciendo, por las razones que hemos comentado en otras ocasiones.
Los inversionistas foráneos usualmente tienen una visión de más largo plazo; tienen comprometida en México una parte menos significativa de sus activos, por lo que pueden aceptar mayores riesgos; y, están menos enganchados emocionalmente con los eventos políticos locales que lo que lo están los empresarios mexicanos.
2- El proceso de relocalización de operaciones manufactureras a nivel global es real y está ocurriendo.
Una parte del flujo de capitales que vemos en México proviene de empresas establecidas que han ampliado sus operaciones en el país a través de la reinversión de sus utilidades o recibiendo transferencia de sus matrices. Y otra parte, todavía no la más importante, implica la llegada de empresas nuevas que no estaban instaladas en México.
El problema citado numerosas veces por firmas que están interesadas en instalarse en México es la energía.
Pareciera que en el país no tomamos suficientemente en serio el hecho de que múltiples empresas globales se han puesto metas para usar energía eléctrica proveniente solo de fuentes renovables a la vuelta de cierto número de años.
En México, debido a las políticas energéticas que tenemos en la actualidad, es una garantía que no puede darse.
Pero, además, en algunas zonas específicas de la República, como en algunas ciudades del norte del país; en las dos penínsulas, Yucatán y Baja California; en algunos puntos del Bajío, existe el riesgo de que no haya suficiente abasto de energía eléctrica en los siguientes meses o años.
De acuerdo con los datos del Sistema de Información Energética de la Secretaría de Energía, la generación bruta de electricidad tanto de CFE como de los productores independientes de energía fue en el primer semestre de este año 8.8 por ciento inferior a la del primer semestre de 2018, a pesar de que el sector manufacturero sigue creciendo en nuestro país.
Al presidente López Obrador le tomaron la medida Manuel Bartlett y la secretaria Rocío Nahle.
El tema fundamental del conflicto con Estados Unidos no es con los hidrocarburos. Allí hay litigios, pero no van al nervio de la política energética.
El asunto fundamental tiene que ver con la electricidad.
Y en las directrices al comienzo de este sexenio, jamás estuvo el tema eléctrico sobre la mesa.
Quienes lo pusieron en ella fueron los funcionarios del área, que encontraron eco en el presidente.
Hoy, el tema eléctrico podría poner en riesgo el TMEC y el futuro del país.
Ojalá haya voces sensatas y sobre todo influyentes que convenzan al presidente de que no se puede arriesgar tanto por un asunto de ambiciones personales.