En cada Consejo de Administración que se está reuniendo en estos días o en cada reunión familiar en la que se decide el destino de las empresas, están surgiendo una y otra vez interrogantes respecto al futuro del país.
En días pasados le comentamos que, durante mayo y junio, hubo una caída del empleo formal.
Una de las hipótesis plausibles respecto a los motivos del descenso es la incertidumbre prevaleciente en diversas empresas, que las ha motivado a hacer una pausa en sus proyectos.
En los debates de los Consejos de Administración o en las reuniones familiares tienden a darse dos posiciones.
Por un lado, están aquellos que creen que el cambio de AMLO a Claudia Sheinbaum es positivo y que tendremos en los siguientes años una política más amigable con la inversión privada.
Otros, mantienen el escepticismo y piensan que las cosas estarán aún peor que con AMLO.
Su argumento es que, en este sexenio, al menos había el recurso de un Poder Judicial independiente y un Poder Legislativo en el que no había mayorías calificadas.
Ello cambiará seguramente en los siguientes meses.
En la perspectiva de esta visión, las cosas se pondrían peor y para los grandes capitales, más valdría ir considerando en qué otros mercados pueden invertir, que no sea en México.
Los más pesimistas no solo ven un panorama negativo para el futuro, sino que visualizan una próxima crisis financiera.
No es imposible que ocurra lo que esa visión señala, pero es más probable que esas perspectivas estén teñidas por la ideología.
En este mundo tan incierto, todas las perspectivas son posibles. ¿Quién iba a imaginarse un intento de asesinato contra Trump? ¿Qué otros hechos que no contemplamos van a ocurrir en los próximos meses? Nadie lo sabe.
Me resulta curioso que algunos empresarios estén deseosos de que algunos expertos les pronostiquen el apocalipsis que viene, para justificar su decisión de no invertir.
Claro. Los más grandes empresarios no admitirían esta perspectiva si no es que estuviera plenamente fundamentada. Y hoy no lo está.
Tampoco lo estuvieron los pronósticos del seguro triunfo de Xóchitl que algunos propalaban, o una devaluación brusca del peso frente al dólar que debiera haber llegado desde hace ya muchos meses, y simplemente no llega.
Hay un contrasentido en la imagen de muchos empresarios: ¿cómo puede ser posible que un régimen ‘antiempresarial’ como el de López Obrador arroje un saldo tan positivo para muchas empresas?
Y más aún, ¿cómo podría un gobierno futuro como el de Claudia Sheinbaum ofrecer un horizonte optimista si en el camino veremos la “destrucción del Estado de derecho”, como muchos lo pronostican?
La Encuesta de Opinión Empresarial del Sector Manufacturero, que es levantada por el INEGI y el Banxico, arrojó en junio un índice de 59.9 puntos, al preguntarse respecto al futuro de la empresa, lo que refleja una percepción optimista. El horizonte entre el optimismo y el pesimismo son los 50 puntos. Hay claridad de que el optimismo prevalece.
Este mismo índice estuvo por arriba de los 60 puntos en la construcción, el comercio y los servicios no financieros.
Los empresarios lo confiesan, cuando se trata de los dineros de sus empresas, están optimistas.
Hay un concepto muy usual en la sicología que se denomina ‘disonancia cognitiva’.
Cuando uno espera que los hechos se comporten de cierta manera y resulta que al final lo hacen de otra completamente diferente a lo que uno había imaginado, surge un choque.
Si fuéramos racionales, nos obligaríamos a examinar nuestro patrón de creencias para tratar de entender en qué parte no está funcionando bien.
Pero usualmente, rechazamos los hechos y buscamos de qué manera construir una realidad paralela.
Cuando se esperaba un desastre económico y resulta que la mayoría de las empresas tienen la expectativa de un mejor futuro, hay algo que no está funcionando bien en la visión de muchos expertos.
No digo que no haya riesgos en la economía y en la sociedad, pero cuando las cifras de inversión productiva crecen a tasas de más 8 por ciento anual, no podemos imaginar que sea el pesimismo lo que prevalece.
Pero, a veces no logramos recuperarnos de esa ‘disonancia cognitiva’.