Hubo un tiempo en que el Fondo Monetario Internacional (FMI) era el máximo representante de la ‘mafia del poder’, pero a escala mundial.
Los movimientos de izquierda en todas las naciones; los mandatarios que reivindicaban tendencias nacionalistas; los empresarios que buscaban apoyo para los sectores productivos de la industria o el campo; hasta las iglesias de diversas corrientes, veían al FMI como el emblema del demonio.
Pareciera que el mundo ya rodó porque ayer, la directora-gerente del Fondo, Christine Lagarde, fue recibida con toda la calidez por funcionarios de un gobierno cuya base política siempre vio al FMI como enemigo.
Pero, además, la simpatía mutua con el gobierno de AMLO de la exministra de un gobierno socialista, se hizo manifiesta en las fotos de su reunión de ayer en Palacio Nacional.
¿Quién cambió? ¿Fue el Fondo Monetario Internacional quien dio el golpe de timón o se trata de una izquierda que se parece más a la derecha que criticaba?
La verdad es que cambiaron los dos poderes fácticos. Cambió la izquierda y cambió el FMI.
México empezó a recibir financiamiento de emergencia y, por lo tanto, condicionado, por parte del FMI, a partir de la crisis de los últimos meses de 1976.
En aquellos años, las “cartas de intención”, en las cuales los gobiernos manifestaban sus propósitos y metas para ordenar su sector externo y sus finanzas públicas, entre otras cosas, eran motivos de escándalo.
Se decía que con ello se abandonaba la soberanía nacional y se sometían los gobiernos a un poder supranacional que representaba al capital mundial.
Y en parte era cierto. La soberbia de los funcionarios del FMI con los representantes de los gobiernos que simplemente ejercían sus derechos a recibir apoyos, como integrantes del Fondo, era mayúscula.
“Developing countries”, era el calificativo despectivo con el que se veía a los mexicanos, brasileños, indios, sudafricanos, o cualquier otro país que no formara parte de las grandes economías industrializadas.
Los cambios ya venían desde adentro en el FMI, pero la crisis de 2008 los precipitó.
Las visiones ortodoxas hicieron crisis (aunque hay muchos que parecen no haber vivido esos tiempos). Además de la estabilidad, la productividad, las reformas estructurales, el FMI empezó a hablar de inclusión y equidad.
Y dentro de los gobiernos de izquierda, comenzando con los socialistas europeos, surgieron corrientes que se identificaron con la necesidad de la cordura en la conducción financiera y fiscal.
A AMLO se le pueden criticar muchas cosas. Pero debe reconocerse, como aquí le hemos comentado, que es más ortodoxo en la conducción de las finanzas públicas que muchos neoliberales.
Lagarde, por su parte, pone más énfasis en los temas de inclusión, igualdad, equidad, combate a la pobreza y corrupción, que muchos políticos de izquierda.
No puede uno menos que celebrar esta coincidencia.
Tal vez la geometría tradicional para caracterizar a las fuerzas políticas esté quedando rebasada. Y aún no nos cae el veinte.
La caracterización como izquierda, centro o derecha, es cada vez menos relevante.
Las implicaciones de la gestión pública se están convirtiendo en el parámetro más importante para medir a los políticos.
Por eso, los villanos del pasado hoy pueden ser socios.