La historia política de México apunta a que los ciclos sexenales marcan como el punto más alto del poder del presidente el momento en el que elige a su sucesor.
Y, a partir de entonces, comienza a bajar rápidamente.
¿Cómo puede ser posible esto si en México tenemos una democracia?
La elección del sucesor del presidente en turno depende de lo que dicen las urnas. ¿No es así?
Sí y no.
En México tenemos un sistema político que frecuentemente no es entendido.
Hay quienes los ven como una ‘dictadura perfecta’ o una ‘dictablanda’, según la visión del analista que lo caracterice.
Cuesta imaginarse que, en estos tiempos, el presidente en turno nombre a su sucesor. Pero va a suceder.
Diversos presidentes del pasado dijeron que esa era la decisión más difícil de todo su sexenio.
Y aquella que marcaba un antes y un después.
Tras hacerse pública la designación del candidato, los balances del poder cambiaban radicalmente.
Pero… empezaron las alternancias.
La designación de Labastida como candidato fue el mayor fracaso de Zedillo.
Perdió poder desde entonces y, además, eligió a un candidato perdedor.
Seis años después, Fox eligió a Creel y Calderón le arrebató la candidatura, y, en medio de la peor crisis política de nuestra historia reciente, logró tomar el poder.
Pero Calderón fracasó. No pudo ni siquiera lograr que el PAN postulara al candidato que a él le gustaba para el 2012.
Para el PAN, la elección de ese año, que entronizó a Enrique Peña, fue un desastre.
En 2018, la historia volvió a cambiar. Críticos, gobierno y partidos opositores, hicieron todo lo necesario para asegurar el triunfo de López Obrador.
Peña, en realidad comenzó a perder su poder desde el 2014, cuando le estalló la crisis de la ‘Casa Blanca’ y el tema de Ayotzinapa. A diferencia del pasado, esa erosión no comenzó con el ‘destape’ de José Antonio Meade. Ya venía de tiempo atrás.
AMLO pensó que, con él, las cosas podrían ser muy diferentes.
Se estaba ejecutando la Cuarta Transformación de la vida pública del país y el cierre del sexenio no debía ser como los del pasado.
López Obrador sigue siendo el hombre más poderoso del país. No nos equivoquemos.
No solo no ha soltado las riendas del poder, que ejerce de manera estricta, sino que impone su visión a su clientela, con una fuerza cada día mayor.
Y con eso le basta para estar en los cuernos de la luna, con una aprobación cómoda que podría permitirle ganar una elección presidencial.
La historia, sin embargo, no está escrita.
En un contexto en el cual Morena pudiera no ir como un grupo plenamente integrado y coincidente, hay riesgo de que la elección del sucesor no salga como la tiene pensada AMLO.
El Tribunal Electoral, ayer, respaldó que Mario Delgado se quede en la dirigencia del partido hasta 2024.
Y, hay que respaldar la decisión. No se puede apoyar el Tribunal a contentillo.
Apoyarlo es el recurso para asegurar que su fuerza continúe aún para el 2024.
Pero, regreso al argumento.
El poder de AMLO está hoy en su cenit.
Y con todo y ello, ya no puede instruir a la Corte a que siga su instrucción o hacer su voluntad en el INE.
Así como este gobierno empezó a mandar meses antes de tomar posesión, también pareciera que la erosión de su poder puede ocurrir antes de lo usual.
Y va a ser peor al final de este año, cuando ya exista un candidato o candidata presidencial que atrape las expectativas.
Viene la parte más complicada de esta administración, complicada para todos.
Tendremos un gobierno que pierde poder, pero que no va a dejarlo hasta el último día.
El reto es llegar sanos y salvos al final de septiembre de 2024.
Falta 502 días. Es una inmensidad.
Sí, el presidente puede estar perdiendo poder, pero hay muchas cosas que aún puede hacer.
Quienes vivimos los sexenios de Echeverría o López Portillo, lo sabemos perfectamente.