A) Los debates no son del INE; es decir, no los gobierna el órgano electoral en nombre de los ciudadanos. Desde siempre pertenecen, sustancialmente, a los partidos. Por eso no hay debates en medios, porque los candidatos no quieren debatir y… no debaten ni cuando van a los que obliga la ley.
B) Mientras la ciudadanía no logre presionar para que haya más encuentros –en universidades, en medios de comunicación, en cámaras empresariales o convocados por organizaciones sociales (comunitarias, etcétera)–, veremos lo que vimos el domingo, o peor.
C) ¿Es realmente un debate si, por un lado, las y el candidato no se apegan a las temáticas predefinidas, si más que ideas llevan cartulinas, si más que intercambio de argumentos buscan memes en las redes sociales?
D) ¿Para qué quieren periodistas de moderadores? ¿Para que sólo les lean preguntas de redes? ¿Para contradecirlos porque hicieron una introducción a la pregunta sin que los informadores se sientan autorizados a argumentar, exponer, contrastar, replicar? Pongan robots.
E) La poca sustancia del domingo tampoco es sólo culpa de las actuales candidatas y del candidato. Abundan los programas mediáticos donde solitarios panegíricos borbotean sus loas a los suyos o, perdón, basura contra los adversarios. Y, en el mismo sentido, mesas compuestas sólo por los de un bando. O diarios más cargados hacia un extremo, o hacia el otro, donde, respectivamente, en los últimos años han purgado a quienes no les ayudaban a quedar bien con el ente polarizador que a conveniencia eligieron.
F) A tal punto hemos llegado en eso de que cada quien por su lado que ayer era revelador que se dijera en la radio que no hubo el suficiente cuidado en que los equipos no se toparan: ¿cómo?, ¿también eso es un riesgo o mal a evitar? Ya ni la cortesía del saludo es esperable. ¿Normalizaremos también los corrales? Y luego, cuando acaben las campañas, ¿cómo les pediremos que negocien en el Congreso?, ¿seguirá el rollo este de que sólo los gobernadores de un color son convocados y los de otros colores ni los verán ni los oirán?
Y habiendo dicho todo lo que se ha apuntado en los incisos anteriores, ¿se podría haber utilizado mejor los segmentos que a cada aspirante correspondieron? Sí, sin duda.
Xóchitl Gálvez recorrió ayer programas para quejarse del “formato”. Algo no checa: si quiso agarrar a Claudia Sheinbaum como piñata, tirándole con ojos abiertos palo tras palo como si en realidad tuviera una venda en los ojos (quizá la tenga, quizá está obnubilada por algo o alguien). El “formato” no le impidió, empero, sus intentos reiterados de sacar de balance a la candidata puntera; tampoco el haberse mostrado más serena. Menos aún le quitó la oportunidad de, si así lo hubiera decidido, emplear sus tiempos en sólo hacer propuestas, o sólo hacer chistes, o sólo contar su biografía...
Claudia Sheinbaum no tuvo en el formato impedimento alguno para negar el mínimo caso a la candidata opositora. Pudo pasar de largo, y hacer una exposición tan detallada de sus propuestas, tan amplia en sus respuestas temáticas, como quisiera. Decidió hacer una mezcla entre refutar a la hidalguense y proponer. Bueno o malo, pero el formato no le limitó nada.
Tan fue laxo el formato que Jorge Máynez hizo cosas rarísimas. Así de flexible el esquema.
No culpen al formato. Es para lo que nos alcanza en nuestra cultura democrática. Porque fuera del INE, los “debates” son peores. Y en redes, esas que nos iban a hacer mejores, ni se diga.