Las elecciones del próximo año nos invitan a preguntarnos, una vez más, ¿cómo vota el electorado mexicano?
Las teorías del voto que la ciencia política ha puesto a nuestra disposición son múltiples y muy variadas, y nos sirven como brújula para saber a qué poner atención por medio de las encuestas.
La literatura sobre el voto estará de plácemes en 2024. La perspectiva sociológica del voto, desarrollada por Paul Lazarsfeld y sus colegas en la Universidad de Columbia, se inauguró con la publicación del libro The People's Choice, en 1944, por lo que se cumplirán 80 años. Una década después, el equipo de Columbia publicó Voting, en 1954, otro motivo de celebración.
Una de sus ideas centrales es que el voto es un reflejo de las condiciones y características sociales de las y los votantes. Por ello solemos buscar en las encuestas la relación entre la preferencia electoral y variables como el sexo, la edad, la escolaridad, la clase social, la ocupación, el nivel de ingreso, la división urbana-rural, la región del país, la raza o etnia, e incluso la religión, entre otros rasgos sociales. Por su parte, las campañas suelen enfocarse a ciertos grupos demográficos para dirigir sus mensajes.
La encuesta de salida que hicimos en El Financiero en 2018 indica que el voto a favor de AMLO fue más alto entre votantes con mayor escolaridad; pero en 2021, el voto a favor de Morena fue más alto entre los segmentos de menor escolaridad. Se trata de un cambio bastante marcado en tan sólo tres años en el perfil demográfico (educativo) del apoyo al obradorismo. En 2024 será de sumo interés cómo votarán las mujeres y cómo votará la generación Z.
Otra perspectiva del voto muy importante es la psicológica, desarrollada en los años cincuenta y sesenta por Campbell, Converse, Miller y Stokes, autores del libro The American Voter, obra publicada en 1960. Esos autores probablemente influyeron en la ciencia política tanto o más que los Beatles, el famoso cuarteto de Liverpool, en la música popular, situando a la escuela de Michigan como el principal paradigma de la conducta electoral por varias décadas.
Su modelo plantea la importancia de las actitudes y de las orientaciones afectivas en el voto, particularmente la identificación partidista, concepto que se volvió central para entender y predecir las opiniones y la conducta política de los electores, junto con las orientaciones ideológicas y temáticas.
En las elecciones de 2018 y 2021, el partidismo se manifestó con mucha fuerza, toda vez que más de 90 por ciento de panistas, priistas y morenistas sufragó por la alianza o partido propios. Además, en ambas elecciones la diferenciación del voto según la identidad ideológica de izquierda-derecha fue bastante contundente. Yo esperaría que estas y otras identidades sociopolíticas (particularmente ser pro o anti ‘4T’) jueguen un papel central en 2024, aunque habrá que estar atentos al voto dividido ante un nutrido número de boletas electorales que cada votante tendrá que cruzar.
Un tercer conjunto de perspectivas del voto se guía por el concepto de la racionalidad. Se trata de diversos modelos y ramificaciones teóricas cuya idea básica es que el votante es racional, y no tanto emocional; un votante calculador que evalúa el desempeño de gobierno, que calcula diferencias entre una y otra opción y que percibe la cercanía o lejanía temática o ideológica con las opciones políticas.
Si para las perspectivas sociológica y psicológica el voto es un reflejo de quiénes somos y cómo nos identificamos, para las perspectivas racionalistas el voto es una decisión calculada que requiere cierta información para evaluar el desempeño de los gobiernos y para calcular los costos y beneficios de dicha decisión.
El libro de Downs, publicado en 1957, An Economic Theory of Democracy, es uno de los más citados de las teorías del voto racional, y nos ha dejado la imagen del votante mediano. No obstante, el modelo downsiano se queda corto para entender cómo se vota en un ambiente polarizado políticamente, como el que predomina hoy en nuestro país y en muchos otros.
El carácter evaluativo hacia el gobierno en turno fue bastante claro en 2018: la desaprobación al presidente Peña fue mayoritaria y la mayor parte del voto descontento se fue a Morena. En 2021, AMLO contaba con una aprobación mayoritaria, pero la desaprobación (39%) se tradujo principalmente en voto opositor. Las evaluaciones al gobierno en turno sí han pesado.
Es de esperarse que 2024 tenga también cierto carácter evaluativo: qué tan bien o mal valorado está el gobierno de la cuarta transformación, y cómo eso afectará si se le da un mayor ímpetu o no. Ya veremos.
En 2018 la desaprobación al presidente Peña fue mayoritaria y la mayor parte del voto descontento se fue a Morena