Porque millones de mexicanos buscan una oportunidad en EU pero no todos lo logran
Un choque en una carretera helada, en el estado de Wisconsin, acabó con el sueño americano de Daniel.
En 2009, mientras iba camino a su trabajo en un fábrica, el hielo hizo derrapar su camioneta y le pegó a otro auto. Debido a su estatus migratorio, un mexicano sin papeles en Estados Unidos, enfrentó otros cargos. Terminaría siendo deportado dos años después, sin la posibilidad de volver a intentarlo de nuevo; dejando a su esposa e hijos viviendo el sueño americano que para él ya terminó.
Daniel trabaja ahora en la Ciudad de México, el único contacto que tiene con sus pequeños es a través de internet. Su hijo mayor, Alexander de 10 años, le tiene miedo a los policías. Dice que ellos son “los que se llevan a los papis”.
Cuenta a El Financiero que él y su esposa decidieron cruzar la frontera en 2006. Acababan de casarse y no veían muchas oportunidades en México. Erika lo convenció.
Le pagaron a un coyote tres mil dólares por cada uno. Pasaron mes y medio en el desierto de Sonora, intentando cruzar. Erika tenía cinco meses de embarazo.
“Esto fue en noviembre, hacía frío, la ropa se congela, la agarras y la puedes tronar. Pero no hay opciones. Era regresarte a la frontera, a las cárceles de migración. A mi lo que me daba más miedo era caer en las manos de [Joe] Arpaio, porque entrar a esas cárceles era prácticamente la muerte, la gente está ahí en condiciones inhumanas”, dice.
LA ESPERANZA Y LA REALIDAD
“Cuando llegué a Wisconsin no llevaba nada, lo que tenía se perdió en la frontera. No tenía ni un sólo documento”, comenta Daniel.
Aun así encontró trabajo, “hay anglosajones que te dan trabajo, prefieren pagarle nueve dólares a un mexicano que 18 a un americano. Pero eso para mí era estar bien pagado, empiezas a trabajar, a ganar dinero, a tener carro. Es como una vida normal”.
Daniel conoció así el sueño americano. “Ya trabajando teníamos una vida como cualquier otra. Pude sacar una licencia del estado, porque sólo pedían acta de nacimiento…sólo les interesaba saber que estuvieras haciendo las cosas bien, lógico, das tu dirección, datos completos y en el momento te sientes prácticamente de allá”.
En el 2009 la suerte jugó en su contra. Después del accidente, comenzaron las audiencias para saber cómo se resolvería el problema.
“Pasaron como cuatro meses así, pero en el último mes todo se empezó a descomponer. En la última audiencia se presentó un agente de migración de Milwaukee y me habló de mi situación migratoria. Sabía todo. En ese momento me arrestan por intento de homicidio en tercer grado. Fue un accidente. Yo no había querido matar a nadie”, explica.
Pasó los siguientes ocho meses en una cárcel de Milwaukee. Su abogado consiguió un permiso especial para que Erika lo pudiera ver.
“Cuando pasan los ocho meses me dicen por una bocina: vas a salir mañana. A las siete de la mañana empaqué. Salí y dije ‘soy libre’. Luego vi un auto blanco que me empezó a seguir por la banqueta. Los dos sabíamos quién era. Bajó la ventana y me gritó, en español: ‘sabes que vengo por ti´”.
EL REGRESO
Daniel fue deportado. Fue la primera vez que se subió a un avión y lo hizo encadenado. Aunque le advirtieron que no volviera, se arriesgó.
Llegó a Mexicali y por La Rumorosa, cruzó de nuevo la frontera.“Te la cuentan bien bonito, que vas a cruzar por un río, pero perdimos a dos personas que llevábamos, yo pude ser el tercero”. Aún así llegó a Wisconsin, por segunda vez.
Pero ya nada era igual, no tenía licencia, no podía tener los mismos trabajos. “Yo estaba ya amarrado de manos y pies no podía hacer nada. Pasaron ocho meses hasta que los agentes de migración fueron a buscarme, pistola en mano. Me escondí abajo de una cama. Mi hijo se escondió conmigo. Dijeron ‘levanten las manos’ y él las levantó también. Por eso cada vez que oye una patrulla piensa que van a recoger a otro papi”.
Daniel no lo volvió a intentar. “Mi esposa me dijo que se iba a regresar conmigo. Cuando no lo hizo me dio coraje, me sentí engañado, pero al paso del tiempo le di la razón. Allá tienen todo. Dios quiera que nunca regresen”.
-¿Crees que exista aún el sueño americano?, se le pregunta a Daniel
“Sí fue un sueño, pero como todo sueño tienes que despertar. Yo no quiero que mis hijos despierten, pero no tengo modo de impedirlo”.