¿Cómo es posible que un payaso, errático, mentiroso, demente, misógino, “populista”, demagogo, racista, narcisista, soberbio hasta el absurdo, esté a un paso de gobernar al todavía país más poderoso del mundo?
La respuesta está en una sola palabra: estrategia.
Todas las elecciones contraponen dos ofertas: cambio contra continuidad; podríamos, incluso, resumirlo en una sola promesa frente al elector: ¿quién es el candidato que tiene la mayor capacidad de cambiar para mejorar la realidad de los ciudadanos? Aquel que logra hacer esa promesa más creíble.
Cualquier candidato republicano podría haber ganado la elección en los Estados Unidos; ¡sí, cualquiera!
En un país con una crisis por lo menos de percepción: la inestabilidad económica mundial –muchas veces en el límite de la recesión–, una clase trabajadora molesta no tanto porque pierde, sino porque no crece más; un Obama que, con todo y lo popular y carismático que pueda ser, no logró cumplir sus promesas de campaña.
Aún si se confirma lo que pronostican la mayoría de las encuestas y gana Hillary, la primera víctima de Trump es el país que ahora queda dividido y polarizado; la segunda es el Partido Republicano que queda a la deriva, perdido, exhibido...por haber permitido que un personaje así obtuviera la nominación y los llevara a la derrota.
La mesa estaba puesta para ganar la presidencia, solo era necesario mantener un discurso consistente en un cambio que beneficiara a todos, particularmente a los trabajadores.
¿Por qué entonces el Aprendiz está hoy a un paso de la Presidencia? Porque su estrategia fue brillante al corto plazo. Se puso como objetivo obtener una nominación improbable frente a otros, muchos, candidatos republicanos posibles.
¿Qué decidieron en el War Room? Polarizar la elección interna. Los electores estaban molestos, entonces oblígalos a estar “enojados” e incluso, “muy enojados”. Trump se colocó en un extremo, el segundo; y mandó al resto de los contendientes al otro, donde se desdibujaron. La elección republicana fue Trump contra los demás. Él concentró su votante y lo solidificó con su verborrea, tan simple como convincente, tan simplista como exitosa.
El payaso entonces llenó el vacío que dejaron los republicanos y su candidatura viajó de imposible a probable hasta llegar a real: Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Y los demócratas lo facilitaron aún más, porque tener como candidata a la máxima representante del establishment fue la mejor manera de complicarse la elección.
La gente pide a gritos un cambio, pero lo que obtiene como resultado es a la exprimera dama, exsenadora, exsecretaria de Estado, más de lo que no les gusta. Por esa razón, Trump crecía cada que le preguntaba a Hillary Clinton: “¿Qué hacías tú cuando…?”, y él mismo respondía: “…estabas ahí, junto al Gobierno, tomando esas decisiones, porque tú eras parte de esa decisión”.
En el fondo, claro que se fortalecían figuras como Bernie Sanders, quien fue durante muchos años congresista independiente y se ha caracterizado por ser un crítico del sistema, dentro del mismo sistema. No le alcanzó.
La campaña de Donald Trump comenzó siendo una estrella de tv. Lo que dijo sobre su relación con las mujeres: “cuando eres una estrella, ellas te dejan hacerles cualquier cosa”, aplica también para los republicanos, los demócratas y los ciudadanos que lo alimentaron.
Ser una estrella lo llevó por un camino que, nutrido por la ausencia de liderazgo político y una gran molestia por la realidad económica del país, lo colocó, por lo menos hoy, a un paso de gobernar Estados Unidos.