Regente es una palabra de varias acepciones. Una es política, de quien gobierna. Si hablamos del Gobierno de la Ciudad de México, también cabe la definición de administración. Regencia es como se llamaba al entonces Distrito Federal, que era un departamento administrativo del gobierno federal. Lo encabezaba un regente, al que más adelante se le llamó jefe de Gobierno del Distrito Federal, nombrado por el Presidente en turno.
Desde 1997, cuando el cargo pasó a ser de elección popular, la izquierda ha gobernado la hoy Ciudad de México, cohabitando con gobiernos del PRI y del PAN, manteniendo una distancia y abordaje crítico a los problemas comunes. Esa relación autónoma con el gobierno federal ya no existe. Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, con sus acciones y omisiones, la desapareció y se convirtió en regenta.
Sheinbaum fue electa en las urnas, con una gran legitimidad y amplio mandato. Sin embargo, se ha subordinado al presidente Andrés Manuel López Obrador de una manera vergonzosa, quien le resuelve los problemas que generalmente la atropellan. Es un apéndice de López Obrador, de quien se mimetizó. Cada vez que el Presidente da una instrucción, ella repite el mensaje y sus palabras.
Cada vez que se le va la ciudad de las manos, lo que es cotidiano, el Presidente ordena a su gabinete que le ayude a salir del pozo. No quería Guardia Nacional, y se la pusieron. No podía con las bandas de narcomenudistas, y el Cisen y la Marina entraron a su rescate. Iba a entrar en desabasto de combustible, y el director de Pemex le dio todo lo necesario para evitarle problemas. El lunes, fue la Secretaría de Gobernación quien negoció con los líderes de taxistas que estrangularon a la Ciudad de México durante 12 horas, para que levantaran sus bloqueos.
López Obrador la estima como alguien casi de la familia desde hace varios lustros, y si por ellos fuera, sería la candidata a la Presidencia en 2024. El Presidente la ha cuidado sobremanera desde los sismos de 2017, cuando el equipo de mayor confianza de López Obrador recibió instrucciones de apoyarla para evitar que cometiera tropiezos, en particular cuando parecía que el colapso del Colegio “Enrique Rébsamen”, en la entonces delegación que ella encabezaba, se la iba a llevar entre sus escombros.
Cuando un par de sicarios ejecutaron a dos israelitas en Artz Pedregal, para desviar la opinión sobre el crimen organizado, sacrificaron al entonces secretario de Seguridad Pública, Jesús Orta, a declarar la sandez de que se trataba de un crimen pasional.
Hasta ahora la han protegido, pero ¿hasta cuándo será esto posible? La semana pasada, ante la creciente exasperación de la ciudadanía ante las órdenes a la policía capitalina de no hacer nada frente a la violencia y destrozos urbanos de los grupos anarquistas, colaboradores del presidente López Obrador dijeron que no iban a seguir permitiendo esa política impulsada por Sheinbaum, porque estaba a punto de volverse un conflicto entre ciudadanos.
La obligaron a desplegar una estrategia –los irresponsables “Cinturones de Paz”, que violaron la Ley Federal del Trabajo y el Estatuto de Roma, que es un instrumento de la Corte Penal Internacional–, pero respaldaron sus acciones con un despliegue de fuerza federal, incluida la Policía Militar.
Sheinbaum tiene rendimientos decrecientes, sin cumplir aún el año de gobierno, al haber permitido –con su confusa decisión de para no afectar la libertad de manifestación– tolerar la paralización de la Ciudad de México de manera constante sin importar que afecte la libertad de terceros, se produzcan daños en propiedad privada y afecten la economía capitalina. En algunos momentos, la ciudad es gobernada por los más violentos, no por sus autoridades.
La protesta de los taxistas del lunes afectó a la ciudad por 12 horas. Protestas policiales han frenado diversas partes de la capital durante más de 10 horas. Agricultores de todo el país afectaron la zona poniente de la ciudad y el Centro Histórico por más de cinco horas. Todo tipo de grupo social, organizado, gritón y de preferencia violento, pone en jaque a la ciudad ante la mirada pasiva de la policía, cuyas órdenes son no intervenir. Hasta vecinos inconformes con políticas microlocales han bloqueado el Segundo Piso del Periférico.
La Ciudad de México es de quien trabaja la mejor protesta o se organiza con mayor eficiencia para violar la ley, a sabiendas de que las autoridades sirven de florero. El ambulantaje regresó a Paseo de la Reforma y volvió a inundar la Plaza Pino Suárez. Los taxistas, que le han tomado la medida a las autoridades, recibieron prórrogas indefinidas para pasar revista, y los temibles microbuseros –la amenaza más grande para los capitalinos– pudieron retomar algunas de las rutas de donde los habían erradicado. La capital es la segunda entidad más violenta del país y, como no se había visto, sus calles se han vuelto campo de batalla de organizaciones criminales.
A Sheinbaum le quedó grande el cargo, que explicaría por qué López Obrador ha intervenido tantas veces como sea necesario en los asuntos de la Ciudad de México. Claramente no quiere que Sheinbaum fracase y se vuelva un lastre para sus propios fines. ¿Hasta cuándo será posible? Por lo pronto, la fuerza del Presidente es suficiente para apuntalarla pese a sus yerros y deficiencias, pero ser regenta de la Ciudad de México no es sólo un despropósito, sino una regresión. No se luchó por democratizar la vida pública capitalina y conquistar la autonomía del Ejecutivo Federal, para que Sheinbaum desmantele, por inepta y sumisa, lo que con tanto esfuerzo se construyó.
Nota: En la columna de ayer se identificó a la CRE como el Consejo Regulador de Energía, cuando en realidad es la Comisión Reguladora de Energía.