El hecho se repite en todo el país. Nuestras selvas, bosques, manglares y valles hoy están incendiándose. El fuego es atizado por los intereses económicos, que encuentran más sentido en unos pesos que en el futuro de sus comunidades. El dolor se padece de Guerrero a Valle de Bravo, de La Primavera a los límites urbanos de casi cualquier ciudad. Hablemos de una de las historias que es espejo de cientos.
En el Sur de Jalisco hoy arden las montañas y cañadas que vieron crecer a Juan Rulfo, que narró Juan José Arreola y que Refugio Barragán convirtió en el escenario de sus letras. Esos que eran parajes verdes son llamas, tizne y humareda. Hoy se puede ver el testimonio de la destrucción a kilómetros de distancia.
El bosque desaparece lentamente. Ya no hay oyameles ni encinos. Los armadillos, venados y pecaríes huyeron. Especialistas, habitantes y periodistas de la región coinciden al señalar que no estamos frente a un efecto del estiaje, sino de la acción humana que busca acabar con la zona forestal.
¿Por qué alguien trataría de quemar una reserva de oxígeno, agua y vida silvestre? Los indicios señalan una práctica recurrente en la zona que incluye incendios provocados y cambio ilegal de uso de suelo para comenzar a practicar la agricultura. Particularmente se destacan las plantaciones irregulares de aguacate en estos predios, una industria que crece año tras año y que en 2018 significó la producción de 210 mil toneladas en Jalisco.
La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente abrió investigaciones y llegó a la conclusión que de 2003 a 2016 en la zona se modificaron irregularmente cerca de 11,540 hectáreas de bosques. Sin embargo, “la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delitos Forestales sólo tiene registro de una carpeta de investigación iniciada por cambio de uso de suelo no autorizado en el estado de Jalisco”, según señala el reportaje de Rodríguez y Contreras. O dicho de otra manera, quienes han incendiado la región hoy duermen tranquilos, pues la justicia no les persigue.
Nuestro país se quema. O mejor dicho lo queman y quienes deciden hipotecar nuestro futuro no pagan las consecuencias de sus actos. La impunidad alcanza para acabar con un bosque y lucrar con ello.
Estamos frente a la depredación en un cuento sin fin, pues durante la misma semana nos enteramos de otros sucesos que comparten este desprecio por nuestro medio ambiente: además de los incendios forestales para poder explotar las tierras en el Sur de Jalisco, el derrame tóxico en las minas de Zacatecas o la tala ilegal por intereses inmobiliarios en la Ciudad de México.
Frente a estas circunstancias la emergencia nos llama a actuar. Ser testigos silenciosos de estos hechos no es una opción. En las próximas entregas analizaré algunas alternativas para detener y revertir el desastre ambiental que vivimos.