Con la chispa natural y la sangre liviana que le caracteriza, Marcelo Ebrard ha decidido lanzarse –otra vez– en pos de la Presidencia del país. Está bien. Marcelo es un político encumbrado –otra vez– cuya participación en una contienda presidencial no sería una sorpresa. Su problema –otra vez– es López Obrador.
Rodeado de amigos y, extrañamente, de diputados del Partido Verde, dijo que estaba puesto para el 2024 y que el Presidente le había hecho el favor de incluirlo en la lista de prospectos –cosa que no puede decir, por ejemplo, Ricardo Monreal–, así que sin dejar a un lado la lealtad y la eficiencia –lo que esto signifique en la 4T–, en el momento correspondiente Marcelo se inscribirá en el concurso de corcholatas al que tan animadamente ha convocado el Presidente de la República.
Hay que decir que, en una innovación del proceso sucesorio entre expriistas, que Ebrard diga, enfrente de quien se asume como “el destapador”, que quiere participar, es algo que no habíamos visto.
El proceso que vamos a ver es el de la derecha o la izquierda populista –cabe cualquiera en el lopezobradorismo– y es la primera vez que tendremos un espectáculo de esta naturaleza. Como todo lo que ha hecho en su vida, el Presidente ya nos adelantó que esto tendrá algo de los ritos del priismo viejo con algunas novedades personalísimas que solamente él sabe, porque él será el gran elector. Durante más de tres décadas la izquierda ha tenido únicamente dos candidatos: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, así que lo que venga forzosamente será novedad. Por supuesto no se trata de algo que fuera sencillo para López Obrador. Dejar de ser la figura será un proceso lento y doloroso para él, pero ni modo, inevitablemente algún día se tenía que ir de la escena –o medio ir–.
Es claro que el propio “destapador” adelantó los tiempos para cambiar los temas ásperos por algo más entretenido. Como ya hemos dicho en este espacio ante la derrota electoral capitalina, la pérdida en el Congreso, el escándalo de la Línea 12 y la consecuente crisis de su consentida Sheinbaum, el Presidente optó por sacar el juego que todos jugamos: el tapadismo, el futurismo, el atínale al candidato o como se le quiera poner. Entre los destapados por el Presidente hay algunos que ni el comentario merecen por lo disparatado de la propuesta. Pero los que han llamado la atención son los que se sabía desde un principio que estaban llamados a jugar la gran final: Claudia y Marcelo.
Claudia ha contestado lo que cualquier priista tradicional hubiera contestado: que está concentrada en gobernar la ciudad y que nada la distrae de sus tareas. Ni quien se lo crea. Se deja arropar por sus propias huestes que le gritan presidenta en un evento y en otro también. Más honesto ha sido Marcelo al decir que le toma la palabra al Presidente y que sí quiere participar.
Marcelo está en abierta desventaja frente a la señora Sheinbaum, “la consentida del profesor”.
En primera, el gran problema que enfrentaba Claudia ya dijo el Presidente que él lo iba a arreglar y que sería el único en opinar. Por otro lado, Claudia puede aparecer en eventos y situaciones más vistosas que Marcelo. Puede opinar de cualquier cosa, pues su puesto es de amplio espectro.
Desde la Cancillería se ve difícil que encuentres un eco popular, aunque te pongan a comprar pipas y vacunas que es lo que hace el canciller mexicano. La diplomacia parece una plataforma difícil para armar una campaña nacional, o para posicionar una figura. Veremos si le hacen más pareja la competencia con un cambio o Marcelo se queda con sus pipas y camiones tratando de competir.