Ahora que son días de ocio y tranquilidad, se pueden también hacer cosas de provecho. No todo es bacanal y desenfreno. Una vez terminado el intercambio de regalos, con las sorpresas y desilusiones de todos los años, y agotadas, o suspendidas hasta otra fecha, las pláticas familiares que desatan pasiones, como las infidelidades de tal tía, la amargura del tío fulano, los terrenos que se adjudicó a la mala aquel pariente; en fin, el tema que puede echar a perder una cena navideña y convertirla en memorable, podemos dedicar el tiempo a la lectura o relectura (la vida tampoco se trata de ver todas las series posibles). Aquí, por si se animan con un clásico, van algunos subrayados de ese gran libro de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano.
“La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos. En cambio y posteriormente, la vida me aclaró los libros”.
“...todo lo que cada uno de nosotros puede intentar para perder a sus semejantes o para servirlos ha sido hecho ya alguna vez por un griego. Y lo mismo ocurre con nuestras elecciones personales: del cinismo al idealismo, del esceptisismo de Pirón a los sueños sagrados de Pitágoras, nuestras negativas o nuestros asentimientos ya han tenido lugar; nuestros vicios y virtudes cuentan con modelos griegos”.
“Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee”.
“Trajano soñaba con vengar esa vieja derrota; yo pensaba sobre todo en impedir que se repitiera”.
“César tenía razón al preferir el primer puesto en una aldea que el segundo en Roma. No por ambición o vanagloria, sino porque el hombre que ocupa el segundo lugar no tiene otra alternativa que los peligros de la obediencia, los de la rebelión y aquellos aún más graves de la transacción”.
“Atiano había visto bien: el oro virgen del respeto sería demasiado blando sin una aleación de temor”.
“Parte de nuestros males proviene de que hay demasiados hombres vergonzosamente ricos o desesperadamente pobres”.
“La mayoría de nuestros ricos hacen enormes donaciones al Estado, a las instituciones públicas y al príncipe. Muchos lo hacen por interés, algunos por virtud, y casi todos salen ganando con ello. Pero yo hubiese querido que su generosidad no asumiera la forma de la limosna ostentosa, y que aprendieran a aumentar sensatamente sus bienes en interés de la comunidad, así como hasta hoy lo han hecho para enriquecer a sus hijos”.
“Se necesitan las leyes más rigurosas para reducir el número de los intermediarios que pululan en nuestras ciudades: raza obscena y ventruda, murmurando en todas las tabernas, acodada en todos los mostradores, pronta a minar cualquier política que no le proporcione ganancias inmediatas”.