Opinión

Alejandro Moreno: Encuestas, lo que viene

Las buenas prácticas. | Las encuestas también contribuyen a generar conocimiento | Fuente: Especial

Hace unos días presenté aquí una revisión preliminar del desempeño de las encuestas preelectorales en Estados Unidos, con el propósito, más que de hacer una evaluación definitiva, de balancear una ola de críticas que me parecieron infundadas, apresuradas y poco útiles para el público consumidor de encuestas. No fui “voz que clama en el desierto”; ya se han sumado más voces de encuestadores en el mismo sentido. Expongo ahora algunas reflexiones adicionales con el 2021 en mente.

1. La evaluación de encuestas requiere criterios científicos y buena documentación. Las encuestas electorales suelen generar muy altas expectativas y sujetarse a un agudo escrutinio público, no siempre adecuado. Una evaluación integral quizás tome varios meses; la profesión encuestadora y sus procesos científicos de peer review avanzan lentos, pero seguros.

2. La exactitud y más allá. En mi texto anterior apuntaba que “se puede y se debe mejorar la exactitud de las encuestas, ya que éstas son un importante instrumento de la vida democrática y es fundamental que gocen de credibilidad”.

Pero la exactitud no es lo único. Las encuestas también contribuyen a generar conocimiento.

3. Las encuestas asisten la toma decisiones. En una crítica que leí en The Atlantic, David A. Graham opinó que “la verdadera catástrofe es que la falla de las encuestas deja a los estadounidenses sin una manera confiable para entender lo que pensamos más allá de las elecciones –lo cual a su vez amenaza nuestra habilidad para elegir o para unirnos como nación” (trad. mía). El artículo destacaba que “Si los datos de opinión pública no son confiables, volamos a ciegas”.

Graham exageró al decir que las encuestas fueron un desastre, pero reconoce que son instrumentos muy útiles para informar y asistir a las sociedades y sus gobiernos. En ese sentido son un bien público.

4. Hay buenas y malas. Las encuestas se caracterizan más por su variabilidad que por consenso. En mi evaluación consideré promedios de encuestas a nivel nacional y en doce estados. En ellos no se aprecia que hay encuestas muy buenas y otras bastante malas. La evaluación debe señalarlas y orientar al público sobre si sus fallas y aciertos reflejan cuestiones técnicas o de otro tipo. En las encuestas hay diversidad metodológica, pero también hay buenas y malas prácticas.

5. Las encuestas tienen una naturaleza dinámica, no estática. Los investigadores tratan de adaptarse a circunstancias cambiantes. La presidenta saliente de WAPOR, mi colega canadiense Claire Durand, informó que la proporción de encuestas realizadas vía web en las elecciones de Estados Unidos pasó de 50 por ciento en 2016 a 80 por ciento en 2020. En México ya se nota la adopción de nuevas técnicas: encuestas online, encuestas telefónicas robotizadas y métodos mixtos.

En 2021 podríamos ver más pluralidad metodológica que antes; la pregunta es si también veremos un mejor desempeño.

6. La credibilidad de las encuestas no radica sólo en su exactitud, también en su transparencia. Ésta implica ofrecer vitrinas metodológicas claras, con todo y sus patrocinios. Siguen abundando encuestas que no indican quién las paga.

7. No todos los errores son de metodología. El grado de error de las encuestas ha sido bastante alto en México, sobre todo en elecciones estatales (ver mi libro El cambio electoral, FCE 2018, para una revisión de 1994 a 2017), y además ha ido empeorando.

El 2021 presenta un reto enorme para la industria, no sólo por aspectos metodológicos, sino porque también abundan las encuestas propagandísticas.

8. ¿Más vale malo por conocido? Creo que en México caería bien un reemplazo generacional de encuestadores públicos; seguimos viendo las mismas caras como representantes del gremio. No creo que esto se deba a la falta de capacitación, entrenamiento o interés; sospecho que refleja un mercado algo cerrado a la entrada y ascenso de nuevos valores. Cualquiera que sea la razón, es tiempo de que nuevas generaciones de encuestadoras en nuestro país vayan abriéndose espacios.

En resumen, la exactitud de las encuestas es muy importante, pero también debemos valorar la generación de conocimiento, la transparencia y las buenas prácticas.

Concluir que las encuestas no fallaron en 2020 no es razón para dormirse en los laureles. El camino a 2021 se ve complicado y, como siempre, la credibilidad estará en juego. Pero todavía más importante que la certeza de las encuestas, lo que nos mueve a algunos es la responsabilidad ante la ciudadanía de articular lo mejor posible sus diversas voces y la utilidad que estos ejercicios significan como un bien público de la democracia.

Alejandro Moreno 13.16.2020 Última actualización 13 noviembre 2020 7:16

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